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Las mujeres fuertes

10/03/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Las mujeres fuertes eran dulces. Y nos han construido. También las débiles, a su modo. Las mujeres amorosas y buenas, también las que, además, eran enérgicas y valientes. Las mujeres son la luz de la vida, y los hombres también. Somos lo mismo, pese a las diferencias grandes que en el cuerpo y a veces en la sensibilidad nos completan y enriquecen. Unas y otros estamos en el mismo territorio. Aunque muchos hombres, muchas civilizaciones, cuando no todas, han construido la opresión, el silencio, el dolor y la más cotidiana y cruel injusticia. Mujeres y hombres estamos en la vida, y estamos para unirnos a ella profundamente. Porque es mucho lo que queda por hacer, muchísimo. No digamos en los países donde las mujeres aún viven en la edad media.

Ellas son las grandes proveedoras de memoria, cariño y paz. Ahí son imbatibles, y eso que el hombre ha mejorado bastante, sobre todo en las últimas décadas. Los hombres de hoy son padres diferentes a los de antaño, tan remisos al abrazo. Y, en general, van aceptando lo obvio: la igualdad absoluta entre hombre y mujer. Aunque indigna pensar en los rebotes machistas que viven muchos adolescentes. O algunos políticos abominables.

Hemos mejorado mucho, sí, pero lo que falta es gigantesco. Asusta pensar que en la civilizada Suecia hay porcentualmente más agresiones machistas que en España. Estamos, en realidad, iniciando la batalla. Aunque ahora tenemos muchos más instrumentos para que la victoria llegue antes. Pero para eso es imprescindible que cada día hagamos algo en nuestra vida, los hombres y las mujeres, que ayude a terminar con ese oprobio vergonzoso y oscuro.

A la vez, uno da las gracias a la vida por tantas mujeres buenas que lo amaron, que le dieron alegría, luz, ilusiones. Y sobre todo, ejemplo ético; consejos basados en la igualdad y el perdón. En la sabiduría de una vida sencilla, ordenada, generosa y también divertida. En mi casa chicos y chicas hacíamos lo mismo, todos ayudábamos en las tareas de la casa, también mi padre, y todos respetábamos profundamente a mi madre, que era el corazón de la familia. Ella, pese a considerar que el matrimonio era un invento malo, aunque tal vez inevitable, nos enseñó la libertad y el sentido del humor. Y siempre nos decía lo mismo: que no tuviéramos miedo. A nada. Hoy la recuerdo, y siempre. A ella, que fue buena, sacrificada y rebelde, como tantas mujeres que vivieron en tiempos difíciles. Ser feminista es una obligación moral, es un compromiso de todos.
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