23/08/2016
 Actualizado a 13/09/2019
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Una medalla, aunque sea de oro, no parece que sea algo por lo que merezca la pena luchar y suspirar, si nos atenemos simplemente al valor material. Sin embargo, comprendemos la inmensa satisfacción de nuestros deportistas cada vez que obtienen alguna, aunque sea de bronce, o incluso aunque fuera de barro. No olvidemos que en las primeras olimpiadas de la historia, en las de Olimpia, el premio era una corona de laurel y, sin embargo, los atletas se daban por satisfechos. Ya sabemos que las medallas de los Juegos Olímpicos no vienen solas, sino que tienen suculentas consecuencias económicas, pero no es menos cierto que el gozo de subirse al podio no se paga con dinero.

Entendemos que los pueblos se sientan orgullosos de sus deportistas triunfadores y emociona ver homenajes como el que el pueblo de Camponaraya ha tributado a su querida Lydia Valentín. Pero, sobre todo, este afecto debería extenderse a todos aquellos que, con medallas o sin ellas, entregan su vida al deporte, porque son un verdadero ejemplo a seguir por su constancia, no exenta de sacrificios y renuncias.

Afortunadamente España obtiene cada vez más éxitos, incluidas las medallas, en el terreno deportivo, porque cada vez son más las personas, especialmente jóvenes, que se entregan de lleno al deporte. Lo cual no deja de ser una buena noticia cuando hay otra juventud más pendiente del alcohol, del porro o de la cocaína, o del desenfreno… La frase del poeta Juvenal «Mens sana in corpore sano» escrita hace muchos siglos tiene plena vigencia en nuestro tiempo. Por desgracia el espectáculo que dan muchos de nuestros jóvenes, especialmente perceptible los fines de semana, es desolador. Por eso nos alegra el saber que en el campo del deporte y también en otros campos hay jóvenes que toman la vida en serio. Hace poco comentábamos con satisfacción el precioso testimonio de los cientos de miles de jóvenes que participaban en la Jornada Mundial de la Juventud, concretamente en Cracovia. Y es que la fe no está reñida con la juventud ni con la felicidad. Precisamente nos alegraba oír hace algunas horas el precioso testimonio de católica convencida de la flamante campeona y medalla de oro Ruth Beitia.

Pero seríamos injustos si solamente nos fijáramos en los triunfadores, en los que obtienen medallas o diplomas. El hecho de que haya unos metros o milímetros, de minutos o décimas de segundo de diferencia entre unos y otros no quita mérito a los demás participantes. Por ejemplo, a nuestra Sabina Asenjo. También hay medallas que no se ven.
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