Las máscaras de antruejo

En León se irá desvelando por qué Enrique Gil era el motor de búsqueda y por qué había escogido al profesor Lecomte

Rubén G. Robles
01/09/2020
 Actualizado a 01/09/2020
aeropuerto-leon-01-09-20-web.gif
aeropuerto-leon-01-09-20-web.gif
Capítulo XVIII
París-León


–Tendrá que hacerlo. –dijo Hermann.  
–¿Por qué? No quiero trabajar en Francia –dijo Lavigne.  
–Si lo hace… le daremos el resto del dinero.

Al otro lado de la línea se produjo un silencio.
–¿Seguro?
–Sí.
–¿Cuándo? –preguntó Lavigne.
–Le avisaremos.
–¿Se sabe dónde?
–Sí, pero aún queda un último acto antes de...
–Si es en Francia no cuenten conmigo —le interrumpió.

Hermann dudó antes de decirlo.
-Cuando esté en España le avisaremos.
–De acuerdo.
–Esta vez tendrá que llegar al final.
–¿En España?
–Sí.
–Entonces…
–¿Qué?
–No podré pisar Europa en una temporada.
–Es por dinero…
–Veo que entiende mi situación.
–Sabe aprovechar las oportunidades cuando  aparecen –dijo Hermann.
–¿Y a quién?
–Se lo diré en el momento que corresponda.
–¿Jean Louis?
–No ha entendido nada.
–¿Por qué?
–¿Cree que nos habríamos tomado tantas molestias con él para acabar de esa manera?
Al otro lado hubo un silencio.
–Él es intocable –dijo Hermann.
–De acuerdo ¿Tendré asistencia?
–No estará solo, le hemos buscado un amigo.
–¿Quién?
–Alguien que le ayudará.
–¿Le conozco?
–No le dará problemas. Es todo cuanto debe saber.
–Quiero saberlo.
–Alguien que le ayudó en Nigeria.
–¿Es francés?
–Es francés sin haber nacido en Francia.
–¿Alguna colonia?
–Nació en Gabón, como usted.
–Buen país para un mercenario –parecía reírse de sí mismo.
–Es francés. Aprenderá de él algunas cosas.
–Después de esto ¿me dejarán en paz?
–Recuperará parte de su vida.

Se le oyó respirar con alivio.
–Pero olvídese de sus aventuras africanas durante un tiempo –le recordó Hermann.
–¿Por qué?
–Quizás para siempre.
–Siempre es demasiado tiempo.
–Debe reconocer que se ha quemado. Quiso demostrar mucho en muy poco tiempo. Nunca podrá volver.
–¿Y por qué dejaron…?
–Sin quererlo, de pronto, se volvió interesante, pero en muy poco tiempo, pafff, se convirtió en alguien incómodo que sabía demasiado.
–¿Y ahora qué?
–Se ha vuelto sin querer… además irrelevante y estéril, todo a la vez.
–Pero aún trabajo para… -no quiso decirlo- ¿no es  eso?
–De momento sí -le dijo-. Pero no volverá a hacerlo –pensó Hermann-. Mañana comience a seguir al profesor Lecomte. Llegará a España en unos días.
–De acuerdo.
–Aeropuerto Adolfo Suárez-Barajas.
–¿Día y hora?
–Aún no se sabe, de ahí viajará a León.
–Buenos días Hermann.
–¿Vendrá? El profesor, ¿vendrá a España? -Christ sonaba fatigado a través de la línea.
–Son buenas noticias -el compositor pareció aliviado al escuchar aquella respuesta.
–¿Y Louis?, sí Lavigne –preguntó el compositor.
–Depende en parte de ello.
–Han sido muchos años juntos Hermann.
–Gracias. Sabes que te estamos muy agradecidos.
–Tu puesto está garantizado, no podría ser de otra manera.
–No hay mejoría, se va apagando muy poco a poco.
–Tranquilo, estoy bien, no hace falta que vengas. Es mejor que te quedes en París, por si se producen cambios.
–No, no volveré a Villafranca. No podría resistir su ausencia.
–Estoy alojado en un hotel, el Alfonso V.
-Sí, no te preocupes, todo irá bien.
–Solo nos quedan unas horas… después todo habrá acabado.
–Mañana me acercaré a la oficina del notario. Está todo preparado.
–Sí, todo tal y como habíamos hablado.
–El sótano…
–Sí, ya sabes que es para Marie.
–Probablemente sí, pero no me importa. Si ella considera que es lo correcto…
–Tenerlos tan cerca nos ha sido muy útil todo este tiempo.
–Supongo que contará con tu apoyo.
–No te preocupes, no se negará, es inteligente, aceptará la ayuda que le ofreces.
–Gracias Hermann, has sido para nosotros lo más parecido a un hijo.
–Hasta siempre amigo, cuida de Marie.


Capítulo XIX
La magia de las máscaras de antruejo
León
España


La terminal del aeropuerto de la ciudad de León no era más que un pequeño edificio con una hilera de asientos en la sala de  espera y un par de tiendas que compartían el resto del espacio con la barra de un bar y las mesas de una cafetería. Jean Louis cruzó la puerta del edificio. Había un joven sentado en el interior de un vehículo leyendo la prensa. Al ver al profesor salió.
–Le estaba esperando –dijo subiendo la cremallera de la cazadora, hacía frío.

Jean Louis no dijo nada. El exterior del edificio que hacía las funciones de terminal se había instalado a las afueras olvidadas de un pequeño pueblo crecido al borde de la carretera nacional.
–Suba –le dijo mientras cogía la maleta del profesor.
–Gracias -Jean Louis no hizo preguntas y se sentó junto al conductor.

El otro dejó la maleta en los asientos traseros y se sentó al volante.
–¿Ha visto alguna vez el antruejo? –preguntó al profesor.
–¿Cómo?
–Sí, el antruejo, el Carnaval –le aclaró el joven.
–No, no, lo siento, la antropología no es lo mío.
–¿Y qué es lo suyo?
–Bueno, pues, soy profesor de Literatura Comparada en la Sorbona de París.
–¿Y a qué ha venido?

Jean Louis no se esperaba la pregunta.
–Pues… -dudó antes de decir algo- he venido a ver a un amigo.
–¿Desde cuándo el señor Halff tiene amigos?

Jean Louis miró al otro mientras se incorporaba a la carretera. Esperó un poco y dejó que creciera un incómodo silencio
–El señor Halff me ha encargado que le acompañe por la ciudad.
–Está bien –dijo el profesor. No pareció sorprendido.
–¿Fuma? –le preguntó.
–No.
–¿Le importa? –le dijo enseñando la cajetilla mientras sujetaba el volante con una sola mano. Jean Louis negó con la cabeza y se concentró sobre los lugares que atravesaban, un polígono industrial habitado de naves abandonadas.
–El señor Halff le propone un recorrido por lugares donde se mezclan el mito y la realidad –le dijo el joven.
–Está bien, jugaremos.
–La ciudad entera está preparada para que acuda a su cita en pleno triunfo del disfraz.

Las luces de la ciudad se veían a lo lejos. La autovía iba descendiendo poco a poco hacia el fondo de un valle donde se unían dos ríos. Apenas estaba iluminada.
–¿Normalmente está tan oscura?
–No, han preparado una procesión pagana de guirrios y madamas, los personajes de nuestro carnaval, y van a recorrer el Barrio Húmedo a la luz de las antorchas.
–Ya veo –dijo el profesor.
–Han apagado las luces de algunas de las calles para crear una atmósfera más apropiada.

Después de diez minutos el coche se fue incorporando a las calles de la ciudad. Aparecían ya algunos de los personajes de la mascarada, los guirrios, el encisnao, los vejigeros y las madamas .
–¿Qué es todo esto?
–Ritos mágicos de culto, caza, abundancia  y fertilidad.
–¿Cómo? –preguntó Jean Louis.
–Siglos de tradición, culto a la luz y a la fertilidad a través del fuego y del toro como semental.

Las calles se iban  estrechando y comenzaron a estar rodeados de una pequeña muchedumbre sin poderse mover.
–¿Iremos después a ver al señor Halff?
–Iremos.

Le rodeaba una marabunta de ruidosos personajes provistos de cencerros, antorchas y estacas. Aparecían hombres cubiertos con sábanas y con cráneos de bóvidos en la cabeza. Otros llevaban máscaras de madera con coloridos penachos de papel. Algunos vestían pieles de animales, otros cubrían la cabeza con máscaras de hueso, e iban cargados de cencerros.
–No hay quien soporte este ruido –dijo el profesor.
–Pretenden ahuyentar a «los malos espíritus» –dijo el acompañante del profesor.
Algunos llevaban garrotes, otros, vejigas, tenazas, carracas y matráculas e iban hostigando a los vecinos que se habían atrevido a circular sin el disfraz de las máscaras por las calles de la ciudad.
–Esta es la iglesia de Santa Ana, antigua sinagoga, templo de los caballeros de San Juan –le dijo el joven.


En la entrega de mañana Christ Halff desvelerá cuestiones que harán ascender por el árbol sefirótico al profesor Lecomte.
Lo más leído