Las madreñas de Luis

Por Saturnino Alonso Requejo

Saturnino Alonso Requejo
05/02/2023
 Actualizado a 05/02/2023
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Es el caso que cuando yo era un rapacín de colgar mocos y estábamos cenando el pote de patatas arregladas con tocino, bajaba Luis madreñeando por la calle del Mesón abajo, más sonoro que los cuatro ríos del Paraíso Terrenal. Era entonces cuando los de mi casa decían:
– Ya va Luis a la hila en casa de María.

Sucedía que Luis le echaba a sus madreñas unos tarucos tan altos que, subido encima de ellas, parecía un predicador cuaresmal en lo alto de un púlpito. Y, cuando se plantaba en la bolera, permanecía más bragado, firme y seguro que un hórreo de cuatro pegollos. De modo que las mozas, para saborearlo entero y verdadero, tenían que mirarlo de varias veces, como se hace con un terreno amplio y sin roturar.

Por aquel entonces, y en cuanto Inés Villarroel Requejo dejó de hacerse trenzas hasta la cintura, Luis Alvarado le echó el ojo y, ¡zas!: a encontrarse a diario cuando Luis iba a limpiar la cuadra del Caserón. O cuando Inés iba por agua a la Fontica; o a llevarle la torta del amasado a su tía Faustina, que era la partera oficial del pueblo. Ya decía la Biblia en su Libro del Génesis que hacer el pan y traer el agua, dos elementos imprescindibles, eran tareas propias de las mujeres, como madres que son de la vida.

Después de estos primeros encuentros, pues lo de costumbre: a sentarse pegados en los paredones de las eras las tardes de domingo y fiestas de guardar; a ir de bracete al Colladín; a sentarse pasmados en el poyo de la puerta de ella, mientras el gallo sultán atendía a su harén de gallinas.

Cuando Inés oía repicar las madreñas de Luis, ella tiraba el mandil de trajinar, se ponía las medias de cristal, se daba los coloretes, se rociaba con agua de olor..., y a esperar la aparición de aquella especie de divinidad en madreñas.

Así fue como el vecindario fue sabiendo que Luis e Inés eran novios en toda regla. Y decían:

"Al que Dios se lo da,
que San Pedro se lo bendiga".

Se sabe de cierto que, cuando se sentaban juntos, las madreñas de los dos se cuchicheaban y se rozaban, sin querer, como un matrimonio bien avenido. ¡Oye, tú, que se oían los besos desde todas las puertas! Porque la vida humana está llena de signos más sabrosos que hogazas.

Fue el año 1957 cuando Luis, de conformidad con Inés, tomó aquella determinación dolorosísima: EMIGRARÍA AL CHOCÓ, de Colombia, en busca de trabajo.
La víspera de la marcha, al atardecer, Luis fue a despedirse del tío Faustino, padre de Inés, que se había quedado mudo y paralítico por culpa de un ictus que le había dado al cruzar el puente colgante sobre el Pozo Llaso.

Ante el llanto de Inés, el tío Faustino rompió a llorar como un llamargo. Y Luis, entrecortado, le recitó a Inés esta sentida letrilla:
"Por amor marcho a Colombia,
por amor, a trabajar.
Por amor vivo esperando
darte el abrazo vital.

Dicho con palabras claras:
¡TE QUIERO MATRIMONIAR!

Mientras las cosas se aclaran,
sólo nos queda esperar.
Mas te dejo mis madreñas,
testigos de esta verdad".

Inés lloraba a moco tendido; y Luis, haciendo de tripas corazón, le entonó al oído esta cancioncilla:

"Límpiate con mi pañuelo,
yo lo lavaré mañana
en el río de Sonriego,
en la corriente del agua".

Tenía el mozo Luis 25 años; y el pueblo de Remolina bajó a despedirlo a la Presona, como era de costumbre. Era el 8 de enero de 1957. Los Reyes Magos le habían echado en las madreñas un PASAPORTE DE EMIGRANTE.

Quiero dejar bien claro que Luis le dejó a Inés el par de madreñas, como si fuera su misma persona. Y que Inés dormía con ellas, y rezaba esta oración bien sentida:

"Con Dios me acuesto,
con Dios me levanto,
con las Madreñas de Luis
y el Espíritu Santo". AMÉN.

Se sabe que Luis embarcó en Barcelona, y que el viaje lo hizo en la bodega de un barco que olía a pescado podrido. Y que las ratas peludas se le metían en el camastro y le mordisqueaban las orejas y le hurgaban en la bragadura,

Por fin llegó con vida a Cartagena de Indias con las pesetillas que le quedaban en el bolsillo del pantalón.

Después de ocho meses de brega, el emigrante Luis se quedó sin trabajo. Pasa hambre y sed. Duerme en los bancos de los parques. Lava sus ropas en los ríos embarrados, y así.
De resultas de esta situación, coge las fiebres palúdicas y es tratado con quinina... Y siga usted añadiendo desgracias a las que aquí se cuentan.

Superadas estas u otras enfermedades, Luis se agarra a desmatar fincas para sembrar arroz. Tres años desmatando, lo comido por lo servido. Pero, esosí, bien visto por sus amos y capataces.

Fue el año 1961 cuando Luis montó su propio negocio de arroz. Recoge un cosechón, y escribe esta carta a Inés:
QUERIDA INÉS:
Te echo tanto de menos que te escribo con urgencia para comunicarte seis cosas:
1ª Que mi situación económica ha cambiado radicalmente. Ahora me dedico al cultivo del arroz, con unas cosechas tan buenas que ni yo mismo podía esperar.
2ª Me he comprado una casa en Cartagena de Indias, en la que no falta de nada.
3ª Que quiero CASARME CONTIGO. Pero, para que puedas entrar en este país, se necesita que estemos casados y que yo te reclame.
4ª Consulta este asunto con el sacerdote D. Jesús y con mi hermano Carlos, para celebrar ahí un MATRIMONIO POR PODERES.
5ª Te envío el pasaporte en regla y el dinero necesario para el viaje.
6ª ¡Ah!: Tráeme mi par de madreñas, para que recupere mi pasado y me reconozca en ellas.
Sin más, tuyo ahora y siempre.
Luis Alvarado

Era el año 1962 cuando se celebró en Remolina el Matrimonio por Poderes. Ejerció de novio el Comandante Carlos Alvarado, hermano de Luis. Y fueron los padrinos: Antonio Alvarado, hermano de Luis, y Trini Villarroel, hermana de Inés.
Al finalizar la ceremonia, el párroco le dijo a Inés:

"Contenta puedes estar, pues te has casado
nada menos que con un Comandante".

Era el año 1962 cuando Inés salió de España camino de Colombia. Tenía la recién casada 27 años.

La esperaba en el aeropuerto de Madrid el Comandante D. Carlos, con la carta de embarque en la mano.

Pero resultó que, cuando Inés subía ya por la escalerilla del avión, los altavoces anunciaron a voz en grito:
– La Señora Inés Villarroel Requejo no puede coger este vuelo. Que vuelva a nuestra oficina.
D. Carlos, que ya salía por la puerta, regresó a la oficina. Dio dos puñetazos sobre el mostrador, y amenazó con denunciar el caso.
El caso había sido que los empleados habían revendido el pasaje, a dos personajes, por el doble del precio. Y el de una madre de familia que se abrazaba a sus dos niños.
Fue entonces cuando Inés reclamó también los derechos de aquella pobre madre que viajaba a Venezuela.
Así comenzó Inés su condición de EMIGRANTE.

Cuando Inés puso sus pies en su nueva casa de Cartegena de Indias, la encontró montada a todo lujo: cocina nueva con su nevera, friega platos, vajilla reluciente, olla exprés, y así. Habitaciones montadas. Jardín ameno... Y aquella asistenta mandible que estaba al quite en todo, y la llamaba Señora y mande usted.

Pero, como «no hay dicha que cien años dure», las cosas se fueron torciendo en pocos años. Menos mal que la crianza ya estaba conseguido y con buena educación.
Así las cosas, había que regresar a la Patria. Menos mal que ya tenían casa propia en Remolina. Pero había que regresar a las madreñas para no olvidar el pasado, que forma parte del presente y del futuro.

Regresaron a España en febrero de 1984, después de haber permanecido en Colombia 27 años, 3 meses y 2 días.
Los días del hombre son la conquista de lo desconocido.

¡QUE ASÍ SEA!
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