Las luchas de ‘don Eladio’, el cura rebelde, el paisano

Don Eladio, uno de los llamados ‘curas rojos’ o ‘curas obreros’ es uno de esos paisanos de La Sobarriba de irrenunciable compromiso

Antonio Bareñada
04/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Las fuerzas vivas compartiendo vino con un tipo "peligroso para el poder".
Las fuerzas vivas compartiendo vino con un tipo "peligroso para el poder".
Hay una imagen constantemente repetida en libros sobre las luchas: se trata de la que aparece en capiteles, canecillos, ‘misericordias’… de templos de los siglos medievales por toda Europa reproduciendo el combate entre Jacob y el Ángel, el enviado de Dios, o Dios mismo, como han querido interpretar los más arriesgados. A veces, agarrarse (a brazo o al cinto), contra los poderes que se creen enviados de los cielos, es la lucha obligada de los hombres.

Como lo hizo un paisano excepcional, hijo de Máximo y de Julia, nacido en Villacil de La Sobarriba el 8 de mayo de 1937, por feliz error consignado en el acta de inscripción «a las 30 horas», como si fueran necesarios días más largos para lo suyo, agarrado con firmeza y entrega a otra lucha: Eladio Fernández Martínez, el cura. Siendo seminarista, en Villavente, «el mejor de aquellos años, por los telares con los del Torío» (dice Agustín ‘El Moreno’, su primo), «por San Bartolo, tiró a muchos y ganó el corro, y un 15 de agosto fuimos andando a Arcahueja, se enfrentó a Tino y ganó». Pero, quizás lo que mejor define al ‘combatiente’, sea lo que Gelo, sobrino y luchador, recuerda de cuando Eladio le vio lesionado: «¡A ver si vas a quedar mal de la espalda, como tu padre!» «¿Tú no luchabas?», le preguntó, y la respuesta fue «¡Qué iba a hacer, si tiraban a Marceliano, pues tenía que salir!»

Su otra lucha vino después de que saliera del seminario, por 1962, siendo en aquel momento hasta próximo a los movimientos más conservadores que por entonces florecían en el Camino de una Iglesia postconciliar. Pareciera difícil, casi imposible (como ganarle luche a los de Arriba) que siendo de origen, formación, ambiente e incluso tierra tradicional pudiera surgir en él rebeldía; pero la tradición puede ser muy revolucionaria.

Del hacer ‘revolucionario’ del cura-hombre-paisano habló Fulgencio Fernández al tratar de ‘Los llamados curas rojos’, contando con lo aportado por conocedores de ‘vivituras’ de una época no muy lejana pero a veces tan desconocida (¡mira, igual que La Soba!), como lo fueran Paco Flecha, Juan Óscar González o, muy especialmente, Feliciano Martínez Redondo, director del Colegio de la Hullera en Santa Lucía hasta que lo removiera la empresa, estrechamente ligado a Eladio, quien en la primavera de este mismo año le dedicaba un entrañable y vivo recuerdo: «Don Eladio, un párroco querido por el pueblo y considerado ‘peligroso’ por los grupos de poder». Lo que significó este paisano de La Sobarriba para sus compañeros puede reflejarse en un tan breve como revelador mensaje compartido, hace bien poco, por Juan Óscar y Feliciano en una red social: «Una vez más Eladio nos unió».

Don Eladio, un cura querido por el pueblo y considerado peligroso por los grupos de poder Feliciano comenzaba su recuerdo señalando: «Quisieron apartarle de Santa Lucía, pero el pueblo lo impidió. El mes de enero de 1970 fue muy convulso en Santa Lucía y pueblos de alrededor. Me parece de interés recordar los acontecimientos entonces ocurridos por ser significativos de una época en que los poderes político, económico y eclesiástico estaban estrechamente unidos en consonancia con el nacionalcatolicismo entonces imperante. El principal afectado era, además de párroco de la localidad, el director espiritual (figura obligada entonces en los centros de enseñanza) del Colegio Santa Bárbara de Santa Lucía de Gordón». Y continúa: «Por aquellos años, un grupo de sacerdotes de la zona de Gordón, entre los que se encontraba don Eladio, desarrollaba una intensa labor en defensa de la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora a través de movimientos cristianos como las Hermandades del Trabajo, JOC, HOAC y otros medios. Su actividad no estaba bien vista por las distintas autoridades, tanto locales como provinciales, actividad que intentaban desmantelar.».

Fulgencio escribía también sobre ‘El cura que plantó cara a Almarcha’ en El Mundo-La Crónica de León de un día de 2007 en que se recordaban los 60 años de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). Recogía Ful que «Don Eladio había nacido en La Sobarriba y ejercido en Roales de Campos cuando en 1964 llegó a Santa Lucía este cura que no entendía muy bien aquellos misioneros que cada Semana Santa sermoneaban con aquellos aspavientos en la bocamina a los trabajadores y sí prefería suprimir lo que se venía cobrando por misas, bautizos, comuniones…», y propiciar la mejor educación a los hijos, e hijas, de aquellos trabajadores devorados por aquella bocamina.

Otro Fernández Fernández, Gerardo, dentro de su obra ‘Religión y poder: Transición en la Iglesia española’ (1999), describió con documentados detalles la lucha, las ‘caídas’ sufridas por el hombre-cura en su pelear con los inmensos poderes de Jerarquía y Oligarquía (aunque suene esto tan lejano y trasnochado). Mereció su luchar ser contemplado en artículos de investigación como ‘La oposición democrática al Franquismo en Castilla y León’, de Enrique Berzal de la Rosa (2008), donde se señala: «También los sacerdotes más ligados a los movimientos cristianos más progresistas pusieron su granito de arena a una lucha política descaradamente radicalizada. De palabra y obra, clérigos y consiliarios alertaron una vez más a las autoridades civiles, y algunos, como el sacerdote leonés Eladio Fernández Martínez, párroco de Santa Lucía, hombre muy querido en la comarca, denostado por la empresa minera Vasco-Leonesa y estrechamente vigilado por las autoridades civiles y eclesiásticas, se hicieron eco de la grave situación por la que atravesaban los obreros». Más recientemente, en artículos de investigación (’El despertar de la oposición en León: 1962-1975’) y en su tesis doctoral, David Martínez Pérez retomaría la figura y valor del cura Eladio y el conjunto de sus compañeros.

Como se ha recogido en los estudios y publicaciones citados, aquella lucha daría lugar, el 13 de enero de 1970, al decreto ‘feudal’ (así  lo han considerado quienes lo vivieron) del Conde de Colle, Señor de Vegamián y las Arrimadas, Monseñor Luis Almarcha, ordenando el traslado de Eladio a la parroquia de San Cipriano del Condado. La injusta orden motivaría la puesta en pie del pueblo y lo que ha sido motivo de mayor interés noticioso: la primera ‘huelga de curas’ en la provincia de León. Quizás, puesto el foco en esto, ha pasado más desapercibida la persistencia del cura Eladio en su obra y palabra, manifiesta en documento expedido por la Dirección General de Seguridad de mayo de 1974 en el que se expresa que no cabe «deducir rectificación de su conducta», lo que fue manifiesto en su predicación del día de San José Obrero del año anterior, 1973, recogida también por Berzal de la Rosa: «Celebramos hoy, hermanos, la fiesta de San José Obrero; lo de San José Obrero, es una fiesta nueva, de hace pocos años. Sin embargo, la fiesta del 1º de mayo data del siglo pasado. (…) En Chicago, unos obreros fueron muertos por los opresores del pueblo el día 1º de mayo, porque pedían ocho horas de trabajo. En nuestros días se derrama sangre con frecuencia por las mismas causas: lo de San Adrián de Besós (Barcelona), etc. Tenemos que responsabilizarnos con estos mártires que mueren por la justicia, por la paz (…) Con frecuencia se nos dice que al que habla y dice la verdad le llaman comunista o anarquista. Somos cristianos y como tales tenemos que recapacitar en el día de hoy».

En grupo de curas en la zona de Gordón, Eladio entre ellos, defendió los derechos de los trabajadores Un viejo combatiente comunista, Víctor Bayón, hacía memoria de la clandestinidad del PCE en la provincia de León durante la Dictadura. Recordaba ‘Pertejo’, ‘Valerio de la Sierra’, que «fue clave el papel de varios curas. (…) El cura de Matarrosa del Sil; Eladio, de Santa Lucía y Julio, de León, empezaron a colaborar y la cosa se fue consolidando».

Tras vencer la unión de compañeros y pueblo a los poderes, no se cumpliría el ‘destierro’ ordenado por el obispo conde y señor, al Condado. Se trasladaría Eladio en 1973, como coadjutor, a la parroquia de Santa Ana de León, donde, desde la actividad de la HOAC, germinó el sindicalismo más combativo en la vieja ciudad sólo hecha para bueyes y canónigos. De lo más duro que afrontar, más que las palizas de ‘la Social’ (como la recibida a la puerta de El Besugo, «tras una manifestación obrera en la que no participó», ya en el 1976 de la ‘Transición’), pudieron haber sido para el de Villacil las lágrimas de la madre, cuando volvía a casa, y ella le recriminaba por haber renunciado a vivir ‘como un cura’, para complicarse la vida como un hombre, de los de la calle.

Se concluía el artículo del 2007 en la vieja Crónica-El Mundo aportando el dato de que, después de tantas luchas, Eladio estudió Filosofía en Roma, se dedicó a la enseñanza y abandonó el sacerdocio, para completar finalmente: «Tiró la toalla». Cree uno, sinceramente, que no puede estar de acuerdo con esto: nunca renunció Eladio a luchar, si caía un hermano. Cree también uno que merece el mejor recuerdo de su tierra, La Sobarriba, el cura-hombre-paisano.
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