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Las líneas de una leyenda

08/08/2021
 Actualizado a 08/08/2021
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Con el protocolo de un funeral de Estado, los restos mortales de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, y su esposa doña Jimena, fueron trasladados hace exactamente cien años (2l de julio de 1921), desde la Sala de Jueces del Ayuntamiento de Burgos, donde permanecían desde la década de 1840 cuando fue desamortizado el monasterio de San Pedro de Cerdeña, donde se encontraban, hasta la catedral burgalesa para recibir definitiva sepultura. La solemne ceremonia estuvo presidida por el rey Alfonso XIII, que acompañó el féretro durante todo el trayecto flanqueado por un compañía de la Guardia Real. A su llegada a la catedral, las urnas con los restos de los finados fueron depositadas en una tumba habilitada en el centro del crucero, bajo el cimborrio sobre el que se colocó una gran lápida sepulcral de jaspe rojizo.

No deja de ser irónico que el Cid, el héroe castellano y paladín cristiano mas legendario de la Reconquista tenga el sobrenombre árabe, ‘Sidi’, que sinifica ‘mi señor’. Los primeros testimonios sobre el Cid están escritos en árabe, al que califican de ‘maldito’ o ‘perro enemigo’, pues nunca le perdonarán haberles arrebatado Valencia. Su biografía está rellena de claroscuros, creados primero por el Cantar del Mio Cid y otros cantares de gesta, y más tarde por el romancero.

En los enfrentamientos entre nuestro Alfonso VI y su hermano Sancho II de Castilla, es cuando se producen las primeras líneas de leyenda. Al alcanzar Alfonso sus objetivos de anexionarse Castilla, cuenta la leyenda que el Cid, alférez de Castilla, allá por el año 1072, obligó a Alfonso VI a jurar tres veces en la iglesia de Santa Gadea de Burgos, sobre su implicación en la muerte de Sancho en el asedio de Zamora; nada más incierto. Esta fabulación creada dos siglos después, a pesar de que se ha mantenido viva en el imaginario popular, no deja de ser una milonga juglaresca. Atendiendo a las fuentes más certeras, el Cid se integró en la corte leonesa, casó con leonesa, viviendo de manera correcta y sin estrambotes.

Pero para desgracia del Cid, los reyes cristianos, el de León incluido, tenían como vasallos a las taifas de Granada y Sevilla. Esta última estaba enredada en una agarrada importante con la taifa granadina. Por aquel entonces, el Conde de Nájera, García Ordóñez era el ‘cobrador’ enviado a su vez por Alfonso VI para aligerar las arcas granadinas y al Cid a recaudar en Sevilla. Ocurrió que ambos se liaron a mamporros y el conde vino a dar con su osamenta contra una piedra que estaba por allí, quedando sumido en profundas reflexiones. El Cid Campeador le echó el guante ‘ipso facto’ y el noble leonés, muy agraviado por el desenlace del lance, juró vengar tan magna ofensa. Y así fue…

Conspirando, conspirando y a la chita callando, el Conde de Nájera, se chivó a su rey de que el de Burgos se había extralimitado en la persecución de una bandería a la taifa de Toledo, reino con el que Alfonso VI tenía unas relaciones de relumbrón.

El caso es que el Cid, a raíz de esta ‘movida’, sale del Reino de León inmerecidamente por la puerta de atrás y con una cohorte de caballeros y soldados fieles puso rumbo a un destino incierto. Ante el desarraigo impuesto, o quizás por la reacción contra la flagrante injusticia que se comete sobre su persona, ofrece tal vez de manera equivocada sus servicios de mercenario a la taifa de Zaragoza a la sazón bajo el control del formidable guerrero árabe Al Muqtadir. Las victorias contra otras taifas musulmanas se suceden encadenando el agrandamiento del mito.
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