Las hojas caídas (El otoño en El Bierzo)

El autor nos adentra en el otoño del Bierzo a través del color de sus paisajes, el latido de su tierra, con sus vientos y sus lluvias, el aroma y sabor de su gastronomía. Y la textura de sus frutas. Una estimulante composición sensorial

Amador Fonfría Santín
08/07/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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El plazo de un año puede trastocar incluso el emplazamiento de las estaciones (Mercedes Salisachs).

En el Bierzo el otoño cabalga a lomos del tiempo y al ritmo de los acontecimientos que nos depara el día a día.
               
Languidece el color de una amplia gama cromática del paisaje en la que armonizan, en un lienzo enmarcado por la inmensidad de un cielo abrigado por los mustios colores de las nubes y por una lejana línea irregular donde se besan el cielo y la tierra, el ocre de la hierba de los campos, el amarillo de las hojas de los álamos, el marrón de las de los castaños, el granate de las del cerezo, con el gris agua de los líquenes, o el verde de las del laurel.

El viento agita un polvo arcilloso que desprende el suelo agostado, teñido de oro viejo y rojo sangre por las hojas de las vides, espesando el mosto de las uvas, que en las interminables jornadas se pega a los fatigados vendimiadores, quienes se refrescan y se animan con el agua del botijo y la bota de vino mientras entonan canciones como ésta:

"Vendimai vendimadores
na vendima do meu pai.
O viño vai na cabaza
e o pan na cestiña vai…"

Los cocineros, laureados con Estrellas Michelín, deleitan a sibaritas paladares con los manjares que nos ofrece nuestra huerta. Y lo hacen, en selectos restaurantes, sentados en escaños, con la mesa incorporada, realizados en la madera de los árboles de la zona: castaño, nogal y fresno. Las mesas, cubiertas por manteles de lienzo, acentúan el toque nostálgico.

El otoño berciano sabe a pimientos asados, a medallones de queso Veigadarte con mermelada agridulce de tomates, a castañas y patatas asadas, a tocino asado que embadurna los labios y las manos de grasa y ceniza, a sorbete de uvas Mencía y Doña Blanca, a jabalí con castañas, a pollo guisado al Godello con guarnición de higos zoupeiros [Higos verdes con sabor agridulce], a caldo de berzas, a chanfaina [Guiso hecho con manitas de cordero y alubias blancas], a helado de botillo, a empanada de manzana Reineta, a manzanilla de Laballós, a chupito de cuturrús, a Xamprada [Vino espumoso en el que armonizan la acidez de las uvas Godello y el dulce de las Chardonnay, autóctonas de esta tierra] y a tantas sensaciones del ayer… Regados todos estos manjares con vinos elaborados con Mencía y Godello.

El Sol va atenuando el fulgor y el calor veraniego, mientras las noches van postergando los fríos días. Y el humo que despiden las chimeneas al caer la tarde muestra las pocas casas habitadas que quedan en los pueblos bercianos.

La brisa veraniega se va tornando en un viento silbante que agita y desnuda las ramas de los árboles; cada hoja lleva una pena, un recuerdo, un sueño y la esperanza de escuchar su chasquido y volver a contemplar esta bucólica escena el próximo año, porque, como decían los viejos aldeanos: "La caída de la hoja, para los enfermos y mayores, también anuncia el final". Aunque algunas como las espinosas del acebo, rodeadas de bayas rojas, resisten perennes al paso de las estaciones, como en nuestro recuerdo permanecen personas y suertes que canalizan nuestro destino y que el tiempo no logra arrancar ni entintar.

La niebla densa se cuela entre las ramas desnudas de los árboles para besar y llorar en el suelo sus lamentos y apagar la tenue luz de estos plúmbeos y achicados días.
Las gotas impetuosas de las lluvias chapotean sobre los charcos y dibujan círculos concéntricos en un suelo profuso de agua que aletarga la sequía veraniega. Y el creciente murmullo de los arroyos solitarios acompasa los clamores silentes de nuestra melodía interior, mientras el sediento Arco Iris bebe en su caudal y colorea, en el remanso de su cauce, la imagen de quien ya se fue.

El canto de los pájaros migrantes, entre la niebla y el fuerte gruñido de los cerdos, anuncia la proximidad del invierno y de la matanza.

En el silencio de esta tierra fértil penetra con nitidez la faceta más sensual y hechicera del otoño, la que irradian los aromas de la miel de brezo, la mermelada de zanahoria y piñones de la Oricera, la cebolla caramelizada, el yogur de leche de cabra con arándanos, las castañas en almíbar, los crepes cubiertos de azúcar quemado, las cerezas en aguardiente, la tarta de peras, el fervudo [Vino hervido con azúcar, higos pasos, peras carujas y manzana, que se bebía en los días que hacía mucho frío], el vino decantado, el aguardiente que mana de la alquitara y las frutas en almíbar con canela y vainilla; también se percibe la esencia del trabajo que desprenden los recios habitantes bercianos.

El crisantemo exhala el aroma y el color de la tristeza, y la voz de los difuntos, con su cálida ausencia, permanece en nuestro recuerdo.

La esencia del Bierzo se respira a cada paso y embruja de tal manera que hasta crea morriña en el que se marcha y felicidad en el que se queda al vanagloriarse de todo lo que le entra por los sentidos hasta el alma.

Al acariciar la rugosidad de la corteza de los castaños, los surcos de la cáscara de las nueces, la piel almidón del membrillo, los pinchos de los erizos, la porosidad de las frambuesas, las lisas ciruelas, la flacidez de los higos y la tentadora caricia de los cosméticos elaborados con los polifenoles de las pepitas de las uvas tintas sentimos cómo el hechicero otoño del Bierzo nos penetra en el alma a través del tacto.

La estación de las hojas caídas en la comarca berciana fue plasmada en los lienzos de los pintores, en las instantáneas de los fotógrafos, en las melodías de los músicos, en las tallas de los escultores, en los platos de los cocineros, en los vinos de los enólogos, en los cosméticos de los químicos, en las fragancias de los perfumistas y en los libros de los escritores impregnando el alma de quienes así la sienten.

Relato del Taller de composición que imparte Manuel Cuenya en la Universidad de León (Campus de Ponferrada).
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