Las heridas de la madera

19/12/2017
 Actualizado a 31/08/2019
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Las boleras son uno de esos lugares en los que cada tarde se escriben, se cuentan, nuevas historias viejas. Cada barrio tiene la suya. Las hay cubiertas para que no pare la fiesta.


Y en cada barrio... una bolera. Yen cada bolera... una comarca. En el centro juegan esos virtuosos de los nuevos castros, perfectamente pisados, lisos, sin una piedra. Si la bola bota en su sitio será un ‘ahorcao’, seguro. Incluso muchos jugadores llevan sus propias bolas, para los campeonatos.

Pero a los bancos de alrededor van llegando los paisanos. Los leoneses de todas las comarcas que han bajado a ese piso que han comprado en la capital, con todos los ahorros de muchos años en el campo, en la cuadra, en la fábrica, en la mina.

Y ése es su filandón diario. Preguntar por los enfermos, por los que han hospitalizado, por las embarazadas, por las bodas, por los accidentes... ponerse al día de las noticias, las que bajan en el coche de linea o las que les han contado los que fueron el fin de semana al pueblo.

Y, mientras tanto, de banda sonora de fondo, las bolas golpeando al bolo, madera contra madera, haya, roble, las más duras son las de encina. Y los golpes dejan huella, astillan las puntas, abren vetas...

Y no todo va a ser el brillo de los campeonatos. Habrá que poner esparadrapos a las heridas de la madera para que la batalla continúe.
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