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Las elecciones de 28-M como síntoma

22/05/2023
 Actualizado a 22/05/2023
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La campaña electoral, que toma su curva final (las curvas de las encuestas, ay), se antoja un territorio conocido, previsible, aunque nunca las cosas son de la misma manera. Y más ahora, en este tiempo de grandes oleajes y tormentas mediáticas. La campaña electoral es un paréntesis en el que se aprietan los eslóganes. Vivimos demasiado en el lenguaje simple y deshuesado. Vivimos en la simpleza de las frases, que algunos populismos han convertido en materia principal de los debates, por el miedo que existe al pensamiento crítico. Se ha atacado lo complejo, creyendo que el ciudadano sólo atiende al estímulo fácil, haciendo eso que se llama el juego directo, no vaya a ser que nos enredemos en el centro del campo. Pero el votante, queridos, es un ser poliédrico que no sólo se alimenta del lenguaje prefabricado por los asesores.
Las elecciones del próximo domingo se han considerado algo así como la primera vuelta de las generales de diciembre. Hay una idea de que, en este domingo de mayo, cuando los trigos encañan, los resultados van a marcar una tendencia, van a leerse como un síntoma, como un pronóstico, o como un oráculo. Ya dijimos, creo, que lo municipal merece un respeto. Porque la política es finalmente local, un asunto doméstico que puede elevarse de la parroquia a todo el planeta, pero lo que cuenta es lo inmediato, porque la macroeconomía es un animal difícil de domesticar. Vivimos en clave mundial, es cierto, todo tiene que ver con todo, pero aún estamos sujetos al mapa de lo cotidiano: por eso las elecciones del 28 de mayo son importantes, aunque los grandes líderes piensen en lo suyo, en la gran batalla de fin de año. Lo que está llevando a una distorsión del paisaje. Una vez más, hay demasiado ruido, demasiada confrontación, egos revueltos. Una vez más se escucha el rompeolas de Madrid, y eso no tiene sentido en un país tan plural.
Uno entiende, sin embargo, la preocupación de los grandes partidos. No hay ya grandes mayorías, aunque Ayuso aspire a una (y sin olvidar a Abel Caballero, en Vigo). La fragmentación es un hecho evidente en el arco político. Tanto Sánchez como Feijóo preferirían no tener que buscarse muletas para la gobernanza, como en otros tiempos, pero en muchos lugares parece un hecho incuestionable. Y saben muy bien que las coaliciones producen a menudo numerosas incomodidades, soterrados o evidentes enfrentamientos, discrepancias que se airean o no, en función de los intereses. Pero, con todo, las coaliciones son habituales en Europa, y, si no fuera por la moda de la polarización, o por el exceso de propaganda, por la necesidad de marcar territorios personales, lo cierto es que deberían servir para formar gobiernos más plurales, que atiendan a más sensibilidades y que conduzcan a líderes y ciudadanos a mejorar el espíritu colaborativo y la atmósfera dialogante. Porque esa es la verdadera esencia de la democracia.
Los grandes líderes no deberían referirse una y otra vez a los comicios del 28-M como un síntoma de lo que será diciembre, como un termómetro de la política nacional. Como si mayo fuera sólo un ensayo y nada más. No sólo es por el respeto a los electores, sino por el respeto a los propios candidatos, que son muchos, muchísimos, más que en ninguna otra elección, y que, por supuesto, viven circunstancias muy diferentes en cada caso.
En medio del impresionante oleaje mediático al que ya no podemos sustraernos, sólo los grandes nombres tienen cabida. Son sus nombres los que se agitan en las pantallas, incluso en las páginas de los periódicos nacionales. Pero lo cierto es que Sánchez o Feijóo no se presentan ni en Sevilla ni en Valencia, pongamos por caso. Esta traslación de lo local a lo general responde, con seguridad, a esta peligrosa tendencia polarizadora, que sólo encuentra morbo y satisfacción en la pelea máxima, y todo lo proyecta hacia ese lugar. Interesa saber qué pasa con Sánchez y con Feijóo, aunque para eso falten algunos meses. Y ahí se pierden las propuestas locales y autonómicas. Ahí se diluyen los verdaderos debates, en favor de la bronca.
Nada que no aventurásemos. Sabemos que la política ha girado hacia el maniqueísmo y la exageración. Quizás la sociedad entera. Hay un mal evidente en esa simplificación que, en tiempos electorales, se agrava peligrosamente. Hay, también, una tendencia pueril encaminada a la crítica exclusiva ‘ad hóminem’. Cada vez interesan menos las propuestas o los logros, hacia los que se dirige una nube de improperios y descalificaciones que todo lo ennegrece y disimula, al tiempo que se subraya aquello que puede producir más desgaste mediático, construyendo dialécticas basadas en argumentarios tan repetitivos y planos como poco originales.
Es evidente que las crisis que ha sufrido la coalición de gobierno, ejemplificadas en algunos choques legislativos, aunque no sólo, han servido a Feijóo para intentar fundamentar su discurso de candidato nacional con posibilidades de éxito. Feijóo llegó a Madrid con el viento a favor, tras el abrupto final de la era Casado, pero Madrid es un puerto difícil que exige una lectura compleja de los mapas de navegación. La bandera de Ayuso, se quiera o no, se alza con entidad propia en el kilómetro cero, nadie sabe si a la espera de tiempos más propicios, como algunos analistas han dicho. No es de extrañar que a Feijóo se le pida (aunque es cosa de sus candidatos) una victoria significativa en algún feudo autonómico o ayuntamiento importante, para así apuntalar su inmediata candidatura. En fin, puede entenderse esa necesidad de presentar unas credenciales de poder creciente, lo que en algunos foros se denomina «dar un mordisco» al poder al sanchismo.
Claro que Sánchez cuenta con el Consejo de ministros en este tramo final de la legislatura, como han contado otros gobiernos, y sabe que la mejor manera de luchar contra el desgaste reside en la acumulación de medidas de carácter social y económico. Esta es, evidentemente, la herramienta con la que cuenta quien está en el poder, y que se une, en este caso, a unos datos globales positivos en la economía, a pesar, eso sí, del enorme problema de la inflación, que ha disparado gravemente el precio de la cesta de la compra.
Y hay algo más. España no es Madrid, ni refleja su paisaje político. Es un hecho que se obvia a menudo, pero estas elecciones demostrarán la importancia y la diversidad de las periferias. Incluso mediáticamente, se suele errar en este diagnóstico, por un excesivo apego a los datos de la política central, o centralista, que, también parece claro, presenta características bastante peculiares y no homologables en otras latitudes.
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