Las dos caras de la vida

21/12/2021
 Actualizado a 21/12/2021
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Es tan dura la realidad diaria —qué os voy a contar un día como hoy que si empezáis la lectura por la primera página ya sabéis a qué me refiero— que viene muy bien una propuesta de un viaje al pasado, a la infancia, a la memoria y la nostalgia; que siempre son muy agradecidos, el tiempo borra las cruces y nos arranca la sonrisa de los recuerdos asociados a lecturas como las aventuras de El Coyote, a esos personajes que sin que nadie lo sepa a su alrededor se convierten en esos justicieros que tanto nos han gustado siempre.

Son hijos, además, de aquellos tiempos en los que nos gustaba cabalgar por las llanuras americanas, hacer de California un pueblo más de nuestro entorno, del que sabíamos incluso más que de Santovenia del Monte o Colinas del Campo de Martín Moro Toledano. Nuestro GPS para recorrer sus caminos eran las historias de aquel José Mallorquí que parió a don César de Echagüe o de tantos shérifs buenos y hacendados malos que surcaban los ranchos y se emborrachaban en los Saloom de Marcial Lafuente Estefanía.

El tiempo y la memoria selectiva de lo bueno nos ayudan a que el viaje a los recuerdos sea tan agradable como se nos antoje porque habría que imaginar qué podría ocurrir en estos tiempos nuevos con el argumento central de las aventuras de El Coyote, que en su faceta de héroe justiciero se mantendría impecable, añorando que ya no quede gente como él, pero tendría Mallorquí más problemas para vender la argumentación de que la causa del rechazo social y hasta paterno del héroe en su cara anónima fuera su condición de afeminado, lo que entendían que le inhabilitaba para enfrentarse a los desmanes y la tiranía del general Clarke en su empeño de quedarse con las tierras.
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