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Las desgracias nunca vienen solas

22/09/2019
 Actualizado a 22/09/2019
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Tan patética como la 6ª sinfonía de Tchaikovsky es la cosa cuando se tuerce, como cristal que se empañase a través del cual miramos la realidad que nos rodea y todo se nos volviese opaco abocándonos al pesimismo. Así se dice al hilo de contrariedades o disgustos, a la vez o con sucesión de uno tras otro. «Un mal llama al otro», dijo Cervantes (El Quijote 1, 28).

La escritora Gloria Fuertes, especialista en literatura infantil, persona de gran humanidad y sentido del humor, vivió toda la Guerra Civil en Madrid y murió soltera porque primero los rojos y después los azules le mataron todos los novios que la pobre fue conquistando no sin dificultad, pues en lo físico no era tan agraciada como en lo espiritual. Y teniendo poco atractivo para el ligue, no pudo disfrutar de ninguno ni en lance de guerra ni en tiempo de paz. El periodista Pedro Montoliú le preguntó en una entrevista qué salvaría si hubiese un incendio en el museo del Prado, y Gloria Fuertes respondió, cómo no, rotunda: el ordenanza.

Algo semejante le ocurrió al gran escritor austriaco Stefan Zweig, según cuenta en su estupendo libro de memorias ‘El mundo de ayer’. A principios del siglo veinte, no habiendo cumplido aún los treinta años, escribió un drama en verso titulado ‘Tersites’, o el vencido por el destino, premonitorio del propio sino del autor, que, escapando de los nazis, acabaría suicidándose en Brasil. Con gran sorpresa, el director del Teatro Real de Berlín le propuso la representación y que el papel de Aquiles lo interpretara el célebre actor alemán Adalberto Matkowsky, con el austriaco José Kainz, los dos más grandes exponentes de la escena teatral alemana por aquel tiempo. La representación inminente hubo de aplazarse por indisposición del actor, quien ocho días después fallecería. Kainz relevaría al difunto en el papel principal. Pero, ¡oh desgracia!, días antes de la representación tuvo que ser ingresado en el sanatorio. Fue sometido a una operación: tenía cáncer. Pocos días después Stefan Zweig estaba junto al féretro. El hecho de que los dos más grandes actores de Alemania y Austria hubieran fallecido mientras recitaban sus versos, tornó a Zweig supersticioso. El recuerdo de Matkowsky y de Kainz hizo que a una tercera proposición para recitar sus versos, a cargo de Alejandro Moissi, Zweig diese una evasiva cualquiera.

Tiempo después, Moissi fue a visitar a Zweig para proponerle la traducción de una obra de Pirandello, de la que el propio Moissi sería el intérprete principal. Zweig aceptó no sin alguna reticencia, conmocionado aún por los dos fallecimientos. Cuando iban a comenzar los ensayos de la obra, una gripe de Moissi lo impidió. Zweig fue a visitarlo a Zurich, pero no le fue permitido verlo, pues Moissi, aquejado de fiebre muy alta había entrado en delirio. Dos días después Zweig asistía conmovido a un tercer entierro, en vez de concurrir a un ensayo.

Ante tales desdichas Zweig reflexiona del siguiente modo: «En aquel tiempo me sentí, como se comprenderá, perseguido por la fatalidad, ya que en mis comienzos me brindó el teatro tentadoras posibilidades, con las que nunca había osado soñar siquiera, para quitármelas luego cruelmente en el último instante. Pero sólo en los primeros años de la juventud el azar nos parece identificado con el destino. Más tarde se aprende que la ruta verdadera de la vida queda determinada desde dentro; por muy lleno de vericuetos e insensato que nuestro camino parezca, apartándose de nuestros deseos, siempre acaba por conducirnos hasta nuestra meta invisible».
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