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Las chicas de Torro

05/01/2023
 Actualizado a 05/01/2023
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Hoy jueves, víspera de la celebración del sorteo extraordinario del ‘Niño’, a los que aún tengáis ilusión por si le da por tocaros, os diré, como Dante puso en la entrada del infierno en la ‘Divina Comedia’: «perded toda esperanza». Os lo afirma un gafe al que, a lo largo de la vida, no le ha tocado ni un duro en cualquiera de los distintos sorteos (primitiva, bono loto, gordo y loterías de Navidad y del Nene). No me lo tomo a mal, porque comprendo que para que les toque a unos pocos muchos tenemos que perder. En cualquier caso, lo queme subleva es que el Estado siempre es el mayor agraciado en estos asuntos. Entre lo que no paga y lo que cobra a los primaveras suertudos, la Ministra de Hacienda, esa andaluza tan fea y tan simpática, se frota las manos como hacía el tío Gilito en los tebeos del Pato Donald. Y da igual el partido político que gobierne: el vampiro del PP disfrutaba lo mismo que ella.

La suerte... ¿cuánto se ha escrito sobre ella a lo largo del tiempo? Mucho, quizás demasiado. La suerte no existe, como bien dicen los cientos de refranes que versan sobre ella. Sin ir más lejos, os recuerdo el más molón de todos: «A Dios rogando y con el mazo dando». Pero, estaréis conmigo, a la mayoría de los mortales no sólo no se nos acerca en toda la vida, sino que, encima, se escojona de nosotros. Y, encima, siempre sufren más esa carencia, esa desgracia, las buenas personas.

Os quiero contar un cuento: a finales de los años setenta y principios de los ochenta del pasado siglo, Vegas hacía unas fiestas que ni las de León. Ocho días de desparrame, música y teatro. Es muy difícil llenar tanto tiempo sin resultar repetitivo y cansino; sin embargo, lo conseguíamos a base de mucho trabajo y mucha imaginación. Sé de lo que hablo porque me tocó ser, en ese tiempo, el tonto que daba la cara y que discutía siempre con la Guardia Civil, bajo la espada de Damocles de la suspensión de la prórroga del servicio militar; hubo días en que me veía en las Chafarinas, puesto que las relaciones con los picoletos eran todo menos cordiales. Yo daba la cara, sí, pero las que curraban como vietnamitas, dejando a un lado a la familia, a sus novios o a sus amigos, eran ‘las chicas de Torro’; a saber, Camino, Raquel y Soco. No quiero ser injusto: había mucha más gente que arrimaba el hombro, pero eran ellas las que, sin un mal gesto, se comían todos los marrones. La cosa iba desde apuntar en los bolos (ese juego pagó un año las fiestas), hacer todos los juegos infantiles que imaginéis o crear la coreografía de una obra de teatro. Y eran ellas las que más trabajaban, un día sí y otro también hasta caer rendidas y quedarse afónicas.

El caso es que, por las vicisitudes de la vida, estas tres personas increíbles, han tenido que soportar adversidades que no se merecían, que truncaron muchos sueños, que desaconsejaban la alegría. Pero ellas, las tres, siempre han tirado para adelante con valentía extrema y, casi siempre, con una sonrisa en la cara. Es cierto que no soy nada objetivo, porque me puede el cariño y, sobre todo, el respeto que siento hacia ellas. Son mi ejemplo más cercano de que, a pesar de todo, se puede y se debe salir de cualquier hoyo, por muy profundo que sea.

No, no es cuestión de tener suerte. Lo molar es saber regatear las desgracias, hacerles un quiebro estilo Messi y seguir en el juego aunque no se tengan ganas, aunque te duela el alma. Ellas tres lo han conseguido hacer; han conseguido seguir viviendo como si les hubiese tocado la lotería cuando no ha sido así.

La lotería... No sé si desearos suerte para el sorteo de mañana o aconsejaros que rompáis los décimos sin siquiera mirarlos; porque, a veces, es mejor no tener dinero y tiempo que gastar; en muchas ocasiones, me parece, lo que importa es pedirle al Dios que os caiga mejor que os deje como estáis. Lo importante, al fin y al cabo, es tener salud para levantarse cada mañana para hacer lo que más os gusta, o para no hacer nada, que, seguramente, sea la mejor opción de todas las posibles. No dejarse influenciar por cantos de sirena, como Ulises en la Odisea, es de gente ecuánime y circunspecta. Los cantos de sirena, aunque no los canten las sirenas sino cualquier embaucador que, este año sobre todo, pretende llevaros al huerto (a su huerto), para que le votéis en la catarata de elecciones que se avecinan, no sirven para nada; a lo sumo, paras distraeros y para que no penséis en las cosas que verdaderamente importan: familia, amigos, los cafés de la mañana, los vinos de los días de fiesta, el partido del Athlétic, el mus con los colegas... No sé si sabéis que los sociólogos dicen que un hombre puede interactuar con doscientos cincuenta más a lo largo de su vida. Me parecen muchos, demasiados. A fin de cuentas, los amigos no hacen más que menguar a medida que cumples años. Salud y Anarquía.
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