Las chicas de ayer

José Ignacio García comenta la novela de Bárbara Blasco 'La memoria del alambre'

José Ignacio García
24/09/2022
 Actualizado a 24/09/2022
La autora Bárbara Blasco. | TUSQUETS EDITORES
La autora Bárbara Blasco. | TUSQUETS EDITORES
‘La memoria del alambre’
Bárbara Blasco
Tusquets Editores
Novela
192 páginas
18,50 euros

Hay libros que llegan a nosotros cuando más los necesitamos, que hacen juego con nuestro estado de ánimo, como una camiseta de los Rolling Stones pega con unos vaqueros gastados o una canción de los Hombres G con ponerse un jersey amarillo.

Hay libros que aparecen cuando uno se siente agazapado en su madriguera, esquivando a la realidad, huyendo de encuentros que pueden reabrir heridas que nunca cicatrizarán, salvo que apliquen mercromina sobre ellas las únicas personas que pueden curarlas.

Hay libros que son un estado de ánimo en sí mismos, que son silencio y estruendo, pasión e insensibilidad, apatía y euforia, culombios y vatios, dolor y más dolor. Y, sobre todo, preguntas sin respuesta y huidas. Huidas del amor, de la realidad, de la vida. Huidas hacia adelante y hacia atrás.

Hay libros que son como una caja llena de canciones y de música. Una música que trata de amansar, sin conseguirlo, a los felinos que el argumento lleva dentro y a los que hacen girones nuestro interior.

Uno de esos libros es ‘La memoria del alambre’, la nueva novela de la escritora valenciana Bárbara Blasco, publicada por Tusquets, como la extraordinaria ‘Dicen los síntomas’. Una novela, como su hermana anterior, que refrenda (pero no era necesario) la convicción de que Bárbara Blasco es uno de los nombres propios más poderosos de la novela española actual. Blasco es una escritora con, ente otros, dos atributos fundamentales que se aprecian en cada frase, en cada diálogo, en cada párrafo.

Esos dos atributos son la raza y el carácter. La traca y el viento de Levante.

Blasco es una escritora eléctrica, palpitante, capaz de ensamblar las expresiones más soeces y drásticas con la prosa más lírica, apenas cambiando de línea. Y así, con perdón (o sin él) puede comerle la polla a un tío y promocionar la necrofilia o contestar elegantemente «a los profesores con desafección, sin temor a las consecuencias, con un pie en la fugacidad y otro en la trascendencia».

Así es toda la novela, un continuo ir y venir de estilos y tiempos narrativos y de emociones entre la mujer de hoy –que vive de la música y quiere huir de ella, sabiendo que la música es, a su vez, su única tabla de salvación– y las chicas de ayer, que buscaban en la música, en el sexo, en las drogas y en el alcohol caminos que quizás no llevaran a ninguna parte. O condujeran a túneles oscuros de vicios y de zozobras o a vías muertas de tren.

Blasco emplea a una vocalista cuarentona de orquesta pachanguera para contar en primera persona su vida actual, que nunca pretende enamorar, solo seducir, a un amante cada noche; que sobrevive y sobremuere gracias a la música; para regresar a la década de los ochenta, donde ella y su amiga Carla eran adolescentes y quemaban Valencia de día y de noche, ávidas por experimentar todo cuanto el destino pusiera a su alcance, en una discoteca, en las aulas o los aseos de un instituto o en el asiento trasero de un coche.

En la vida de esta cantante resurge, veinticinco años después de su fallecimiento, y a través de un correo electrónico, la madre de su amiga, muerta tan pronto, por vivir tan deprisa.

La madre quiere conocer detalles, encontrar respuestas. Y en esa mirada hacia atrás, la protagonista nos cuenta dos vidas que, a pesar de su salto temporal de un cuarto de siglo, no dejan de aglutinar paralelismos. E incluso, a veces, lo anterior parece moderno. Y viceversa. Porque, como ella misma dice, «se camina hacia el futuro, pero se hace de espaldas, se avanza con el cogote y lo que uno divisa es el pasado, que va tomando formas finales, cada vez más nítidas».

Quizás por eso, y aplicando una reveladora comparación musical, la relación entre el pasado y la actualidad consista en «fundirse a Paulina Rubio, a Shakira y a Bustamante y meter (en el repertorio) algo moderno de verdad, rollo Concha Piquer o Gardel o un Francisco Alegre y olé».

La novela en la edad adolescente es para las dos amigas –socias y cómplices en pellas, robos y ligoteos fugaces–, lo que la propia adolescencia: «un tumor propio creciendo en la carne extraña, y un absurdo plan en la cabeza». Algo que hay que extirpar para correr más deprisa sin lastre, como las ocurrió cuando perdieron la virginidad a los catorce años, con muchachos sin nombre ni rostro, tan solo porque era un estorbo del que había que desprenderse cuanto antes.

Son tan poderosas las imágenes, las expresiones, y tienen tanta fuerza los diálogos, que el lector siente de vez en cuando punzadas en la boca del estómago y que le falta el aire, porque no puede dejar de leer ni mantener el ritmo trepidante de atleta en plena forma al que Blasco nos somete desde el párrafo inaugural hasta la sorprendente pirotecnia del desenlace y el saludo (acaso premonitorio de un ejercicio epistolar) final a la amiga desaparecida con el que amaga con un volver a empezar, con ofrecernos otro bis en ese concierto de drogas, sexo y rock and roll (y rumbas y pasodobles y baladas y medios tiempos) que es toda la novela. Un concierto salvaje o reposado que encandila tanto al lector que, metafóricamente hablando, no puede parar de bailar y de corear cada capítulo, cada ida y venida, cada intento de escape hacia ninguna parte y cada regreso a la cama de un antiguo amante o a la cruel y melómana realidad. Un concierto donde todo tiene cabida y encaja desde la diversidad, como sonaría la antes mencionada «Paulina Rubio con Juan Ramón Jiménez y Bisbal con Pizarnik».

Responde el título del libro a esa dúctil cualidad del alambre de recuperar su posición original a poca mano que se le abra, y a esa originalidad juvenil regresa constantemente la protagonista empeñada en recuperar esa edad adolescente en la que «nada le sucede a uno mismo, sino a todas las cosas a su alrededor». Y para ello emplea la precisión exacta de la memoria.

Para eso y para rescatar y homenajear la figura de esa chica de ayer, que cantaba Nacha Pop, que fue Carla. Una chica sin porvenir como, lúgubre agorera, presagiaba la madre de la protagonista.

Asegura Bárbara Blasco en algún recoveco de la novela que quizás escribir consista simplemente (nada más y nada menos) en encontrar el destinatario exacto.

Conmigo, su novela no ha podido llegar más a tiempo. Y ha dado en el clavo.

Háganme caso. No dejen de bailar al filo del alambre, seducidos por las palabras, a veces fieras y otras mascotas, de Bárbara Blasco.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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