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Las aguas mansas

21/06/2020
 Actualizado a 23/06/2020
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Líbreme Dios de las aguas mansas, que de las bravas me libro yo», dice el refrán popular que desconfía de la quietud y la armonía. A todos nos hace falta un poco de paz de vez en cuando, incluso a los más revoltosos, pero la experiencia dice que la calma suele ser el anuncio de la tempestad. No es que aquí estuviéramos demasiado calmados antes de la tempestad del coronavirus, a no ser que por calma se entiendan la vejez y el subdesarrollo, ni tampoco es que yo quiera llevar la contraria a todo lo que se menee a mi alrededor: es la paz, la unidad, la suma de esfuerzos, la prudencia, el talante, el consenso, la puesta en común de las diferentes posturas, el aparcar nuestras diferencias, la capacidad para aglutinar diferentes sensibilidades, dejar de lado las ideologías y el resto del cemento verbal de los discursos lo que me saca por completo de mis casillas.

En Madrid el espectáculo que están dando los partidos políticos resulta especialmente vomitivo. Con menos actos sociales, es decir, con menos fotos por suerte para todos, la pugna y los codazos llegan ahora por asumir el papel de víctima, los unos por los ataques de los otros, los otros por las formas de los unos (por supuesto unas y otras sientiéndose gravemente atacadas por todo lo que les sobrevuele) y, al final, lo que consiguen es exhibir un repugnante desprecio hacia las verdaderas víctimas de todo esto. Han inventado el luto selectivo. No ayudan, precisamente, a calmar el clima de crispación que se respira a través de las mascarillas, la curva del odio que nunca llega a su pico, esa rabia que hasta ahora no podía encontrar desahogo en el fútbol y en los bares y que poco a poco se irá diluyendo con goles y cañas. La política es una profesión vocacional, sobre todo para los que nunca tendrán otra forma de ganarse la vida tan holgadamente, es imprescindible ponerle pasión y creerte lo que dices, pero eso no significa que haya que llevarlo todo al terreno de lo personal.

En Castilla y León, en cambio, somos ejemplo de unidad, y así quieren vender nuestras bondades al resto de España, atreviéndose incluso a invitar a otras comunidades a seguir nuestra senda. Esta semana se firmó el Pacto de Recuperación Económica, Empleo y Cohesión Social de Castilla y León. A pesar del hundimiento del padrón, aquí ya teníamos exceso de constructores, y por lo que parece ahora pasaremos a tener reconstructores. Es difícil ponerse de acuerdo cuando cada uno opina algo distinto al resto, cuando tiene firmes valores y los defiende, y sin duda resulta mucho más fácil alcanzar la unidad y el consenso sin perder el puto talante cuando no se dice absolutamnete nada: las 86 medidas del documento firmado por PP, PSOE, Ciudadanos y Unidas Podemos son espuma de aire, esencia del vacío, un catálogo de buenrollismo naïf, sin compromisos, sin soluciones, sin iniciativas novedosas, una vuelta de tuerca al presupuesto autonómico y una forzosa adaptación del estatal.

Entre el insulto que llega desde Madrid y el pasmo que viene desde Valladolid tiene que haber necesariamente un término medio, una forma de hacer política valiente en la que cada uno aporte lo suyo sin despreciar a los demás, en la que los acuerdos no signifiquen la nada más absoluta detallada en una fotografía y 86 puntos y los desacuerdos no pasen por querer recuperar las guillotinas. Como les pasa a los niños que más de una vez han demostrado ser, el silencio es la señal más peligrosa que emiten nuestros políticos, o al menos la que más cara le suele salir al contribuyente, porque algunos solo conocen una forma de callar. La misma, dicho sea de paso, que muchos periodistas. Las aguas mansas son tremendamente peligrosas (los pescadores, quienes mejor conocen el río, son los más desconfían de ellas) y no sólo inundan la Junta de Castilla y León, sino también instituciones más cercanas, diputaciones yayuntamientos donde, a pesar de subir impuestos, incumplir lo prometido y vivir de las rentas, los plenos parecen algo así como un reencuentro de Los Osos Amorosos 35 años después de su primera emisión, mociones de pétalos y notas de prensa perfumadas, como si la oposición tuviera miedo a ofender o, más bien, como si tuviera miedo a que les quiten las dedicaciones exclusivas y los cargos de confianza con los que pagan favores pasados y futuros.

«Líbreme Dios de las aguas mansas que de las bravas me libro yo». A la vista del buen rollo, de lo cómodo que empezamos a encontrar el vacío, de lo bien que nos desenvolvemos en la nada, y ya de metidos en la sabiduría popular, unos y otros, otras y unas, recuerdan inevitablemente aquel pasaje en el que el Lazarillo de Tormes le preguntaba al ciego que cómo podía saber que había estado cogiendo las uvas de tres en tres.
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