15/01/2023
 Actualizado a 15/01/2023
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De ocho años para acá se ha popularizado la voz ‘lache’, sobre todo gracias a figuras del ‘trap’ y de ese cajón de sastre que se conoce como ‘música urbana’. En el hablar de León han prendido con lozanía los gitanismos, por lo que aquí siempre hemos usado la mucho más correcta (y bella) ‘lacha’, que viene del sánscrito a través del caló. Es más, en el norte de la India y en buena parte de Pakistán se sigue usando ‘lajja’ con el mismo significado.

De ahí la necesidad de reivindicar el vocablo acabado en ‘a’, que es precisamente lo que inspiran algunos de los fenómenos recientes de la cultura de masas. Por ejemplo, las reacciones a una cancioncilla de despecho de una cantante hacia su ex pareja futbolista. Ahí la hermosa lengua española tiene otra expresión igualmente bella para definir la situación: subirse al carro. Que es lo que ha hecho todo dios cuando ha visto que aquello se ha convertido en (aquí procede recurrir al inglés) ‘the current thing’.

Que se manifiesten a cuento de eso miembros del Gobierno es algo asumido como habitual y acorde con el nivel actual de la política. Lo mismo se podría decir de los medios de comunicación con motivo de la última mierda que acontezca por ahí fuera. Nos hemos acostumbrado y nuestro ‘lachómetro’, podríamos llamarlo así, no se dispara tan arriba como cuando vemos a marcas arrastrándose por el suelo y agitando la bandera que toque en ese momento por cuatro míseros euros que pretenden recaudar a rebufo de la movida.

Desde marcas de relojes a servicios de series en ‘streaming’, las empresas se rigen por la máxima de que si hay revuelo es que es bueno. Es lo mismo que ha ocurrido con el baremo de la excelencia: hasta hace un par de décadas, lo bueno era lo selecto, lo exclusivo, lo que estaba al alcance de unos pocos; no tanto por las restricciones económicas sino por el gusto más o menos trabajado. Ahora lo bueno es lo que consume todo el mundo. Lo popular, lo masivo, lo que ‘une a la gente’. No se entra a valorar el contenido: si de repente el acuerdo general decide que hay que cortarle un meñique del pie a los niños, estará bien y ya.

Esa preocupación por el envoltorio, el continente por encima del contenido, es una de las señas de este tardocapitalismo cutre en el que vivimos. Habrá que ver si tanto aspaviento, tantas subidas al carro y tantas dosis de lacha desbordante sirven para algo, tienen realmente un efecto en el aumento de las ventas, o si al final es un ‘tó pá ná’, como dijo aquel torero después de la cornada.
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