04/06/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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El Minotauro se instaló pronto en mi imaginario infantil. Un imaginario que se fue poblando con toda suerte de seres fabulosos: caballos alados, esfinges, basiliscos, sirenas, centauros o quimeras.

Algunos de ellos me parecían extraordinariamente terroríficos, por ejemplo Medusa. Más por el hecho de que sus cabellos enmarañados y rizados (como por entonces empezaban a serlo los míos) fuesen serpientes que por su capacidad de convertir en piedra a quienes la miraban a los ojos.

Algo al fin y al cabo fácilmente asumible porque ya sabía que Iahvé había convertido en estatua de sal a la mujer de Lot por un quítame allá esas pajas. Tardé mucho tiempo en perder el miedo a Medusa: creo que lo conseguí al contemplar en la plaza de la Signoria de Florencia la escultura Perseo con la cabeza de Medusa de Benvenutto Cellini.

Pero, a pesar de ello, no pude evitar un escalofrío cuando volví a enfrentarme a Medusa envuelta en la húmeda oscuridad de lo que denominan el palacio sumergido de Estambul. Muchos años después de que en mi imaginación se instalaran el Minotauro y el laberinto, supe que lo que me habían contado era apenas una pequeña parte de una gran historia que había sido cercenada porque el guion así lo exigía en aquel momento. Lo mismo que había quedado incompleta la historia de Lot.

La verdad es que esta última nunca llegó a preocuparme, pero en cambio el laberinto ha sido algo recurrente en mi existencia.

Me sorprendió una espectacular escultura del Minotauro en el Museo Arqueológico de Atenas y aun hoy me resulta increíblemente sugerente una moneda de plata con un laberinto que, encontrada en Creta, puede verse en el de Heraclión

Recuerdo perfectamente el escalofrío, casi tembleque, que sentí cuando leí el cuento La casa de Asterión de Borges. Y el poema Laberinto, recogido en un libro titulado ‘Atlas’ y realizado en colaboración con María Kodama en el que dice de ambos: «y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto». Por qué querer que los hombres se pierdan, por qué confundirlos en calles que se bifurcan , que no llevan a ninguna parte, que desesperan y atormentan, me voy preguntando camino de una librería donde hacerme con el libro ‘Borges esencial’, feliz idea de la RAE, Asale y la editorial Alfaguara.
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