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Laberinto de pasiones

01/04/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Del mismo modo que las carreteras asturianas no resultan peligrosas por sus curvas sino porque están llenas de asturianos, lo mejor de la Semana Santa leonesa no son sus procesiones religiosas ni su procesión pagana, sino que está llena de leoneses. Hablando del tiempo con los retornados, como decía en estas mismas páginas el ácido Jorge Alonso, pasamos estos días por el calvario de contemplar lo que pudo haber sido esta provincia y ya nunca será. Por si eso fuera poco, paseamos la amargura por las calles y los periódicos se llenan titulares demoledores que no invitan precisamente al optimismo: «Pujando por la tradición», «Fervor y perdón en las calles», «Orando al cielo», «De rojo sangre y negro luto» o «El temor a lo imprevisible ahoga el Santo Entierro». Todo un fiestón, vamos. Sólo el ya citado y admirado Jorge Alonso le puso un toque de esperanza a la semana titulando «La Bañeza resucita a costa de La Virgen», pero se refería a la Tercera División del fútbol provincial. Con la lucha leonesa devorándose a sí misma, que para eso es una exaltación del carácter leonés, la Semana Santa se ha ido convirtiendo poco a poco en la mejor metáfora posible para la sociedad de esta tierra. El incremento en el número de cofradías está obviamente relacionado con las mil y una formas en que se puede manifestar la fe, pero da la sensación de que también tiene que ver con la ambición de mandar. Si ni mis amigos ni yo podemos acceder a los puestos de responsabilidad y lucimiento, pues fundamos nuestra propia cofradía y nos repartimos cargos mientras nos damos la razón unos a otros, entre rezos, en una merienda que a buen seguro respetará escrupulosamente la vigilia. Eso explica que en León haya ahora tantas cofradías y tantas procesiones y llegan los problemas de atascos y de aparcamiento, sobre todo de pasos... y a veces también de turistas. Lo que resulta evidente es el gusto de los leoneses por conservar sus tradiciones (hasta el punto de que se conservan también las polémicas, para que a nadie se nos olvide seguir tropezando eternamente en las mismas piedras) y su sorprendente espíritu teatral para participar en las recreaciones de la muerte y la resurrección, unos pocos por fe y otros muchos simplemente por llamar la atención. Se echan de menos el resto del año esas vocaciones entre los leoneses, la religiosa y sobre todo la teatral, salir también a la calle para dramatizar la muerte de las pensiones o la resurrección del populismo, por ejemplo. Donde sí que llega la teatralidad es a los plenos de nuestras instituciones, en los que los representantes políticos a veces no representan como debieran a la sociedad que los elige, pero siempre la reflejan con minuciosa crueldad. Tampoco es que hasta ahora los plenos fueran un lugar donde decir toda la verdad y nada más que la verdad, pero del mismo modo que los votantes vuelcan contra los políticos sus complejos y frustraciones, los políticos vuelcan contra otros políticos lejanos exactamente lo mismo. Gana el teatro a través de mociones que, como les ocurre a algunos costaleros, no tienen más intención que el postureo. ¿A cuento de qué se debate en el Ayuntamiento de León sobre la independencia de Cataluña, la equiparación salarial de los policías autonómicos, el sistema público de pensiones o en la Diputación sobre la prisión permanente revisable o la aconfesionalidad del Estado? No es que ignoren que hay asuntos más urgentes e importantes para los leoneses, es que parece que les interesa más que nos entretengamos con otros debates en los que ellos también pueden repartir culpas, no nos vayamos a venir demasiado arriba y acabemos fundando nuestra propia cofradía.
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