La yincana del vivir

13/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Hace un par de semanas que no escribo en estas líneas y lo cierto es que entiendo que volver a hacerlo sea poco menos que un milagro.

Y es que estas últimas semanas da la sensación de que seguir con vida es poco menos que cuestión de superar una macabra yincana en la que comerte una lata de atún en una ensalada o tomarte una tapa de carne mechada en un bar, pueden suponer que en la siguiente pantalla te aparezca la pantalla negra del ‘game over’.

El otro día, en lo que en un rutinario paseo junto al perro me quedaba a un metro, a medio segundo de adelantar la pierna, de ser atropellado en un paso de peatones por un conductor que superaba con creces la velocidad permitida, me convencí un poco más de que da igual lo que hagas, lo que digas o lo que pienses, que el caprichoso destino te la tiene preparada allí donde menos te lo esperas.

Comiendo una ensalada, saliendo de cañas con los amigos o paseando al perro, la única conclusión que saco en claro es que mientras estemos por aquí no queda otra que intentar disfrutar lo posible y por lo menos llevar eso ganado.

El otro día leía en ‘El País’ una genial carta al director en la que un señor de 87 años lamentaba cómo sus hijos se empeñaban en que llevara una vida sana cuando «he logrado que no me asuste la idea de una muerte segura» y eso, afirmaba, «es un logro máximo que no recibe demasiados aplausos».

Porque pocas cosas se pueden admirar más de una persona que el hecho de no importarle el saber qué hay después del fundido a negro, ni conocer en qué momento llegará. Una pregunta filosófica que solo se puede afrontar desde el humor, pero también de la necesidad de seguir viviendo de las latas de atún cuando no queda nada en la nevera y especialmente de seguir saliendo de cañas con los amigos. La vida te puede joder la vida, así que habrá que disfrutarla.
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