La voz de los nudos

Que los castaños hablan es innegable. Sus gargantas de cortezas anudadas, pasadas por la lengua del tiempo y de sus troncos vacíos gritan y en Vega de Valcarce regalan un camino mágico con el que continúa esta serie de rutas...

Mar Iglesias
12/07/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Los castaños suman años entregados a su soto y nos lo cuentan en cada verruga. | M.I.
Los castaños suman años entregados a su soto y nos lo cuentan en cada verruga. | M.I.
Reconozco que era una deuda pendiente que tenía con el presidente de la Asociación de Castañicultores Tres Valles, José Luis García, caminar por la Ruta ‘Entre Castaños’ desde hace un tiempo y es de educación saldar lo que se debe. «Tenemos que pone en valor lo que tenemos, que es esto», me ha explicado tantas veces en conversaciones que siempre acaban en titular «queremos recuperar los sotos, pero también darlos a conocer y pasearlos, porque es un paisaje extraordinario, con castaños milenarios».

Es lo primero que pienso al aparcar en Vega de Valcarce, al lado del Ayuntamiento y echarme a andar de nuevo, esta vez, por una senda circular hacia la pedanía de Villasinde y después de vuelta al punto de partida, pasando al lado del castillo de Sarracín, que siempre pone el vello de punta. Impresiona que sin ruta de aproximación, a los pocos metros del punto de salida, ya estás en otro planeta, pisando barro, este año en abundancia y escuchando la espera de las vacas en los prados y los perros de las fincas colindantes dándote la bienvenida.

Y encima del regalo de inicio, hay sombra, algo que en julio hasta se paga. El camino comienza con una pequeña cuesta, aunque más adelante nos va a dejar ver alguna más potente, por lo que, aunque sea una ruta familiar, se deja sentir en las piernas en algún tramo de subida. Es de dificultad media o moderada por eso, pero en el segundo respirar profundo se recupera el aliento y vuelve el sentido del gusto por los castaños a liderar la pateada. De inicio, la ruta está señalizada con letreros de madera, el segundo ya nos mete de lleno en unos bosques y nos lleva a un soto que ha recibido un premio de sostenibilidad llamado de Muñón.

Nos encontramos con el primero de los troncos milenarios allí y nos obliga a hacer parada. Más allá de la imagen, apetece tocar esa piel áspera, acariciada por el musgoque, desde la aparente muerte, guarda un árbol vivo y fértil aún. «Son las mejores castañas, las de este soto», dice un vecino que no sé de dónde ha salido, pero que aparece en el camino. El camino, al que está convocada una salida entre amigos este 14 de julio, entra en el pueblo de Villasinde, una pedanía de las 23 con las que cuenta Vega de Valcarce y una de las más pobladas. No es un pueblo recogido, sino que se expande a lo ancho, con una altitud de 900 metros.En la ruta superaremos los mil, y el desnivel será de unos 400.

Villasinde tiene unos 70 vecinos, lo que le pone en las primeras posiciones de las pedanías de la zona, y además atrae a los propios que se han ido en verano, que vuelven a dar vida a las casas de piedra. El recorrido sigue ascendiendo hasta superar la cota del castillo, al que luego prestará atención y enfocándose con un castaño especialmente atractivo, el llamado del tío Guillermo, al que García me dice que pondrán una placa indicativa para que el caminante sepa que es una de las joyas del camino. Dentro de estos sotos, el encanto de ir caminando en soledad y arañando a caricias alguna palabra, es casi mágico. Quiero escuchar a esos nudos que sé que me están diciendo algo y ese es el camino.

A lo largo de los nueve kilómetros y las tres horas que dura la ruta, el estímulo es descifrar ese mensaje metido en la madera de los abueletes que han visto como han sido necesarios, cuidados, olvidados, quemados y ahora, acariciados. Las piedras del castillo, uno de los enclaves templarios que custodiaba el paso de los peregrinos y que estuvo activo 500 años, desde el siglo IX, se mecen al son de los castaños que le dan abrigo. La fortaleza es la tilde de la ruta, que, al concluir, da la idea de grandeza del patrimonio natural. Otro Bien de Interés Cultural podría ser, al lado del castillo, que cuenta con esa medalla desde 1949.

Lo mejor de todo es el cuidado de los castañicultores a la ruta con la que han iniciado la idea de un turismo que quieren seguir despuntando con nuevos recorridos «por cascadas o molinos», explica García. Una manera de hacer que los pueblos tengan vida más allá de la productiva en sí, y Vega de Valcarce sabe cómo hacerlo, con la experiencia del Camino de Santiago. Peregrinos y caminantes de naturaleza se dan la mano en este enclave que vuelve a marcar en nuestras huellas un planteamiento claro, que la castaña a la que escuchas, alimenta más.
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