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La vida no es un posgrado, chaval

20/09/2020
 Actualizado a 20/09/2020
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Lo confieso, sí: yo también tengo un posgrado. Ya saben, un título de esos que ahora tienes que sacarte al terminar la universidad propiamente dicha y que últimamente se han convertido en un quebradero de cabeza para los políticos españoles: másters, doctorados, etcétera. No hace falta decir nombres.

Pero, ¿para qué sirve un posgrado? Tampoco se sabe muy bien: muchos tienen la misma utilidad que las etiquetas ésas de Anís del Mono de las que hablaba Chiquito de la Calzada. Los señores del Plan Bolonia decían que iban a ayudar a acercar el mundo universitario y el laboral. Lo que sea, pero hay que apoquinar. Que es al final de lo que va siempre todo.

El caso es que el posgrado se ha convertido también en un concepto o estado mental para muchos jóvenes (o ‘post-jóvenes’ que es un prefijo que da como empaque, igual que el apóstrofe y la ese al final de los nombres de las casas de lenocinio) que no quieren enfrentarse a la realidad de la vida adulta. La realidad, mírala la ‘jodía’, les está esperando ahí, en la esquina, para darles dos guantadas, pam pam, y robarles el móvil y la cartera. Normal que haya, pues, quien quiera quedarse instalado en las asambleas, la calimochadas en el césped de la facultad y, sobre todo, las series. Porque hacer un posgrado, especialmente en las carreras de humanidades –aunque cada vez más en las de ciencias y tecnología–, consiste en buena medida en ver series y películas.

La interpretación de esa realidad, el análisis consciente de productos audiovisuales, es entretenido, no lo negaremos. Y da para debates acalorados. Pero ahí acaba la cosa. Intentar explicar todo lo que nos sucede a partir de ‘Juego de tronos’, ‘Los Soprano’, ‘The Wire’ y hasta ‘Paquita Salas’ puede tener su gracia al principio, pero acaba convirtiéndose en la típica historia masturbatoria de adolescente con ínfulas. Después de un «déjame que te recomiende…» o de un «tienes que ver…» sabemos que se avecina chapa, brasa, turrón o como prefiera llamarse. Lástima que la realidad no quiera imitar al arte y que nos esté aguardando –recordemósla ahí, acechando en la esquina– para darnos lo nuestro. No, lo siento mucho: Tony Soprano no te va a enseñar cómo lidiar con un jefe psicópata o con un hijo yonki. Y pretender teorizar sobre ello es un divertimento de niños bien que no han tenido que enfrentarse a los problemas reales. O como decía mi compadre Porres, la vida no es un posgrado, chaval.
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