12/10/2022
 Actualizado a 12/10/2022
Guardar
Light emitting diode es lo que se conoce por ‘led’. Desde los años 60 en que se inventó, se ha convertido en algo habitual en nuestras vidas, rodeados como estamos de apartos electrónicos. En la iluminación es el sistema exclusivo. Mejor luz, más duradera y menor consumo. Siendo así ¿cómo es posible que cada vez la paguemos más cara? La verdad es que no tengo respuesta y no quiero perderme en esos berengenales.

ON y conectamos. Un pitido y una lucecita verde anunciaron el nacimiento de la criatura. Todo había ido bien y el niño, niña o lo que fuere, estaba en perfecto estado. Con sus 4 kg. «será un chicarrón» –dijo el padre, muy ufano–. «O chicarrona» –dijo la matrona, que era de la cuerda de Montero–. Pero hoy por hoy, era una niña.

Ya en la guardería, demostró ser trabajadora, disciplinada y demasiado tenaz. Cualidades que la acompañaron durante toda su existencia. En sus calificaciones todo eran leds verdes. Pero Elisa –tal era el nombre de la niña– no le daba importancia ni se jactaba ante sus compañeros que no estudiaban nada, no habían leído un libro en su vida y tenían una ortografía propia de los mensajes-móviles.

Sin embargo, todos en masa pasaron al instituto y después los facturaron para la universidad, donde ponían en práctica todo lo que habían aprendido anteriormente (básicamente, teoría y práctica de técnicas sexuales).

La niña se abrió a la pubertad y descubrió un nuevo mundo. Los botellones, orgías y desmadres la deslumbraron y, de acuerdo con su temperamento contumaz, se entregó de pleno. Las hormonas fluían por las venas, los fluidos se derramaban y en el Campus lucían más leds que bombillas en la Feria de Abril.

A pesar de todo acabó la carrera y leyó la tesis (cum laude) al estilo Pedro Sánchez. Luego abrió una clínica y se puso a tender puentes, empastar y sacar muelas. Ganó abundante dinero pero malgastó toda su vida. Los únicos puntitos rojos eran de los aparatos que manejaba. Y el único afecto, el de la ayudante que le pasaba el instrumental. Una relación fugaz que, la rutina, la incomunicación y los celos abrieron el paso al hastío. Y así fue.

Un día se vio sola, mayor, sin oportunidades para el amor ni ilusión alguna. Rompió definitivamente sus relaciones con el mundo y se refugió en el trabajo. Pero ya no era tan fina ni considerada. Incluso a veces, me atrevería a decir que causaba dolor adrede para descargar su misantropía.

El día en que se jubiló traspasó la clínica y al abandonarla, sintió un escalofrío. Había sido la única tabla de salvación que le uniera a la vida.

El led rojo volvió a lucir y un día, sin pena ni gloria, se murió porque quiso, delante de un libro. Al abandonar la casa el funebrero –apagada la vida– apagó la luz y cerró la puerta. Off.
Lo más leído