¿La verdad sobre la Vieja el Monte?

Dedicado al Caminante, "que fue un gran defensor de la Vieja el Monte que con sus cachos de pan llenó de ¡tanta ilusión! a los niños y niñas de la montaña de León. Nos ha dejado este año, pero su palabra y su lucha queda"

Ramiro Pinto Cañón
31/12/2019
 Actualizado a 31/12/2019
Detalle del dibujo que representa al Caminante
Detalle del dibujo que representa al Caminante
Como dijo  nuestro don Antonio Machado: «Tu verdad no, ¡la verdad! Y ven conmigo a buscarla».

¡Qué pena que se esté manipulando el recuerdo de una parte intangible que afecta a muchas personas de León. De nuestros antepasados, a lo que hay que decir eso de que «los vivos merecen respeto, los muertos ¡la verdad!». La historia personal de personas ancianas que no saben manejar los ordenadores. Y que se quiera manipular a la infancia de nuestra provincia, los más vulnerables y desprotegidos.

La Vieja el Monte nada tiene que ver con cuentos de hadas ni historietas de Navidad. Fue una costumbre que formó parte de una sociedad rural, a la que hoy desde postureos «leonesistas» se quiere despreciar y denostar. Ante la indefensión y con el llanto, que quiero trasladar a estas palabra de respuesta a la infamia de una de las cuestiones más profundas de nuestro León. Éste del que ya la Pícara Justina dijo «soy dolida por mi León».

La Vieja el Momte acompañó una  manera de existir, de ser, de entender el trabajo, las relaciones familiares y entre las personas. Convertir tal en una tontería es insultar el alma de un pueblo, su ser profundo, ante lo cual espero quienes lo atacan convirtiendo este mito en un objeto de consumo, en una chifla pidan perdón al pueblo leonés.

La Vieja el Monte nunca estuvo en una cueva, que hoy se quiere «enseñar», previo pago de u viaje en barco, en los «fiordos» de León, con una falsedad sobre otra. Un fiordo es un golfo geográfico hondo y profundo en el mar. Cuando lo que hay es una historia, nueve pueblos anegados y montañas. Y así se puede hacer el mismo viaje. Y de paso vender. Y vender el alma de León,  en este caso que nos ocupa con forma de muñequitas de pandereta, aunque sea con hogaza. Ya la indumentaria con que es representada da pena. Cuando los padres, los tíos, los vecinos del pueblo llegaban del trabajo sacaban del zurrón un trozo de pan o algo que hubiera sobrado, o los niños y niñas metían la mano en éste para cogerlo. Un encuentro entrañable que hacía que aún hoy se recuerde como un trozo de «pan bendito» que se comía con amor, algo que nuestros mayores no olvidan. Nada que ver con chuches, golosinas, caramelos y demás.

No se puede jugar con el sentimiento de las personas y más desde la ignorancia. No sólo antropológica, como han estudiado aquellos que ven cómo se desvirtúan las tradiciones, como se sacan de contexto en pro de comercializar un producto, y a eso llaman «progreso y desarrollo».  ¿Qué tiene que ver en todo esto la Navidad’, donde la quieren ubicar como una especie de Papá Nöel o Santa Claus. Algo que raya el cinismo más abyecto.

Adaptar esta figura del inconsciente colectivo exige contar lo que fue, no la frivolidad de reírse de lo más entrañable de las personas, sus recuerdos, su historia, la nuestra. Y lo peor es cómo se tergiversa esta figura del acerbo leonés desde la intelectualidad. ¡Por favor!

Justifican cambiar su nombre de «La Vieja el Monte» a «la Vieja del monte», porque dicen que es la traducción del leonés al castellano es pura ignominia. Aquella «Vieja» traía en el zurrón una parte del monte del que bajaban los mayores y se lo daban a los güajes. Pero es que desde la lingüística es absurdo justificar ese cambio sutil, pero que le hace perder su identidad, para ser suplantada por otra cosa y fabricar el engendro que han creado. Da muestras de no saber e inventar falacias. Decir «el» y no «de» no es una traducción, sino otra cosa, porque se trata de un nombre propio. «Calzada del Coto», este «del», por ejemplo, forma parte del nombre, como el «el» de la Vieja. Si fuera lo que quieren traducir los leonesistas de pro «Ortega y Gasset» serían en ambos casos dos personas diferentes, porque la «y» no sería parte del nombre sino una conjunción copulativa. Lo mismo «Ramón y Cajal». Pero se hace con el nombre de la Vieja el Monte para vejarla con sesudos análisis.

León, sus gentes meremos un respeto y con falsedades no se puede suplantar una identidad que permanece incrustada en el tiempo. Hablan de «evolucionar» con los tiempos. Sí, pero que se creen nuevas formas y se cuente cómo es, la verdad. Porque con esta mentira la catedral de León será a no tardar una discoteca, para que vaya más gente, para que sea un espacio divertido, y «evolucione» y que sea algo moderno. Los defensores de este montaje contra La Vieja el Monte ¿lo defenderían? O hacer que evolucione el nombre de nuestra provincia o ciudad y que sea «Leónford» o «Leónclaus» o «Nöeleón». Pero con la Vieja el Monte hay que reír la gracia.

Creo que a nadie le gustaría que se jugara con las fotos o recuerdos de sus padres o abuelas y que para evolucionar se les vistiera con bikini o de lagarteranas o de ballet, cuando nunca lo hicieran ellos. Simplemente por respeto. O que para llamar la atención y potenciar el comercio del barrio se les llamara a nuestro abuelito «el loco del barrio» o «la jurispina de la Calle Mayor» a nuestra querida abuela. Y encima hacerlo querer pasar como «la verdad».

Pues el mismo se debería de respetar el recuerdo, la historia, el mundo de nuestros mayores, del que aunque no nos queramos dar cuenta formamos parte. Por una cuestión de dignidad deberían pedir perdón quienes prostituyen la figura de La Vieja el Monte y acabar con esta farsa y campaña infame. Que inventen nuevos referentes, o que manipulen su propia imagen no la que afecta a los demás. Que no se juegue con los sentimientos de las personas. Ni con León. Y mucho menos atacar el recuerdo de los más indefensos.
La respuesta social a tal dislate es el villancico con que se responde, que ocultan los «intelectuales» que quieren descubrir la verdad como santo Grial de la Navidad, referida al montaje obsceno que quieren implantar algunos «noleenesistas». Es un canto navideño que ha nacido como respuesta contra semejante campaña fatua y «verdadera», dicho sea con la retranca que caracteriza al leonés:

«La Vieja del Monte
se casa con el conde,
a Leoncio
le entra un soponcio,
¡vieja vieja vieja!
¿de qué te quejas?»
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