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La verdad saludable

28/10/2020
 Actualizado a 28/10/2020
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Es ésta palabra, sobradamente conocida y aplicada con cierta ironía, para referirse a la progresía, que busca redimir su conciencia burguesa mediante actividades benéficas –no necesariamente buenas ni generosas– de cierto compromiso. Algo así como los llamados ‘activistas’ que pueden serlo rescatando emigrantes, apoyando a los ocupas, quemando banderas, repartiendo alimentos o cortando autopistas. Es el afán periodístico que califica a las cosas o gentes, poniendo etiquetas a todo lo que se menea, sin sentido, para aquello que no entienden ni se molestan en entender.

Pero, con todo y a pesar de esos parches humanitarios, el mal existe. Tan firme como las pirámides de Egipo. Tan ancestral como los tiempos de Abel y Caín o los homínidos de Kubrick, en Odisea en el Espacio; el yin y el yang; Sin e Ishtar; la opaca mendacidad o la verdad transparente, como algunos riachuelos de León. Aunque, por experiencia, sabemos que esta dualidad aparente no es auténtica, pues existe un desequilibrio alarmante, entre la pesadumbre de los males que nos afligen y los supuestos bienes de que gozamos.

De la mentira dependemos. En particular –aquí y ahora– de un gobierno que se ha instalado desde el fraude y cuyas disposiciones no son creíbles, pues se basan el el poder, la ambición, las traiciones, erosión de las instituciones y autoritarismo para dirigir a los ciudadanos. Quizá sea legal pero, en modo alguno, legítimo.

La deriva del Estado en la gestión de la enfermedad, la economía, la incompetencia ministerial y, sobre todo, los agregados al gobierno de Sánchez, son tales que ni siquiera gozan de la confianza de sus socios de la UE, los cuales dudan a la hora de financiar el rescate de España. La cuestión es, que no sólo depende de la solvencia económica, sino de la estabilidad política. A estas alturas, Europa lo sabe todo, Que se falsean los datos; que se oculta la enfermedad, se escamotean las cifras de víctimas. Se borran los nombres e identidad de los fallecidos y se delega el problema en unas autonomías que se ven rebasadas por un problema al que nunca se han enfrentado.

Pero la mentira también mata pues, de mostrarse la realidad de este pandemonium en toda su crudeza, las posibles víctimas –todos sin exclusión– se lo tomarían más en serio y serían más respetuosos hacia los demás, y más prudentes ellos. Mientras algunos fatos aplauden y cantan el ‘sobreviviré’ otros agonizan y mueren.

El descrédito de Illa y la estolidez de Simón, dan a entender que los culpables del mal somos los propios ciudadanos, a los que hay que domesticar –meter en casa, de ‘domus’– mediante decretos que apestan a un totalitarismo atroz, que no hemos olvidado, porque la memoria histórica tiene muchas facetas. Confinamientos, guetos; estados de alarma, catástrofes ; o el sumum, ‘estado de sitio’, término que se aplica en el ámbito bélico.

No saldrá en televisión, pero se llama Costa Gavras, es un cineasta greco francés –como Moustaki– y en sus comprometidas películas, expone perfectamente lo que es un ‘estado de sitio’: Uruguay de los tupamaros, las masacres de la guerra de independencia de Argelia, Vietnam y muchos focos más que están vivos. El lenguaje les juega trampas a estos prepotentes que, aunque hablan, no saben lo que dicen aunque, en este caso, han dado en el clavo.

Y nada más. Cuando suene la sirena, todos al refugio. Pero ¿quién nos refugiará de este desgobierno? De momento el PP no está por la labor.
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