27/11/2019
 Actualizado a 27/11/2019
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Siempre hemos pensado que la verdad nos hace libres, que la verdad es revolucionaria, que la verdad es poder, que la verdad es el fundamento de la democracia...

Siempre hemos creído que la información ha de estar al servicio de la verdad, porque cuanto más informado esté un pueblo, más difícil es engañarlo y manipularlo...

Siempre hemos luchado contra la censura, la desinformación y la mentira, porque todas las dictaduras se han basado en el engaño y la ignorancia, el control y la manipulación de la información...

Pero algo está cambiando radicalmente. La verdad empieza a ser inofensiva. La verdad empieza a perder valor e influencia. La verdad se está degradando hasta alcanzar la categoría de verdad basura.

La verdad ha dejado de tener importancia porque su conocimiento no produce ninguna reacción, ningún cambio social. La verdad, incluso, se ha convertido en un mecanismo de paralización.

Es algo bastante nuevo. Los poderosos empiezan a perder el miedo a la verdad. La dominación y la tiranía ya no necesitan de la ocultación ni de la mentira. Todo puede salir a la luz y no pasa nada.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? Mediante un mecanismo enormemente eficaz: la saturación. El exceso de información, el bombardeo constante de estímulos lingüísticos y visuales, produce un aturdimiento mental y sensorial, parálisis e indefensión.

Nuestro cerebro está invadido por millones de estímulos que debe procesar y valorar constantemente. El cerebro no puede juzgar, analizar y deducir las implicaciones de toda esa información. No tenemos tiempo para esa tarea; nuestra atención es limitada y, además, eso exige esfuerzo.

Como no tenemos tiempo para pensar, nos dejamos llevar por la estimulación. La estimulación crea adicción. Lo que necesitamos es recibir estímulos, que no se rompa la cadena de excitación cerebral y sensorial. Y como toda adicción, cada vez exige una estimulación mayor. Las imágenes han de ser cada vez más crudas, los insultos más burdos o soeces, las verdades más escandalosas, los atropellos más descarados, la negación de los hechos, más atrevida. Cada información anula así a la anterior. Es lo que se busca.

La duda nos incomoda, la rechazamos. Para evitar pensar buscamos un atajo: el identificarnos con el pensamiento de otros. Aquí es donde interviene el grupo, la ideología. Preferimos que nos lo den todo resumido y sin titubeos. Exigimos en todo respuestas rápidas y fáciles. Necesitamos agarrarnos a la información más simple, aquella que nos lo da ya todo resuelto y valorado, la que nos proporciona la identificación con el grupo. Cuanta más confusión, cuanto más compleja se vuelve la realidad, mayor adhesión a la ideología del grupo.

Los titulares son la información procesada y valorada. Pensamos con titulares. Cada vez nos cuesta más leer información razonada, que nos obligue a pensar. La lectura se ha vuelto superficial, corta, efímera. Somos autómatas, espejos que no hacen otra cosa que reflejar lo que nos ponen delante. Repetidores.

Una vez controlada la mente por saturación y simplificación, es ya muy fácil manipular lo más importante, las emociones. Las emociones se vuelven superficiales y efímeras. Pero sin emociones profundas no hay acción consciente, sólo reacciones pasajeras. Y cuanto más inseguras, más fanáticas.

Ante la verdad basura hemos de recuperar la capacidad de discriminar, de valorar, de elegir. Para ello hay que paralizar la sobreexcitación. No necesitamos tanta información, casi siempre redundante e inútil. Son más importantes nuestras ideas y actitudes. No hay que estar al día, no necesitamos tanta información para saber qué pasa, quién nos domina y cómo.

Hay que pararse. Hay que romper el mecanismo perverso de la sobrestimulación. Hay que desengancharse de la excitación superficial. Hay que confiar más en nuestros pensamientos, en nuestras ideas, en nuestros sentimientos. No dejarnos arrastrar por la presión del grupo.

Porque la verdad sigue siendo importante. Al degradarla, al neutralizarla mediante la redundancia y la saturación, lo que se busca es desvirtuarla, hacerla equivalente a la mentira. Que no distingamos entre hechos y conjeturas, suposiciones y actos, la injusticia y la justicia, el crimen y la ley. Con la degradación y disolución del concepto de verdad lo que se busca es diluir la responsabilidad y que los poderosos puedan actuar con total impunidad.

Digo poderosos, pero tienen nombres reconocibles: hoy, por ejemplo, esa coalición social-podemo-separatista. Esa alianza entre nuevos ricos y la más abyecta burguesía, cuyo único mérito es chapotear sin escrúpulos en el lodazal de la verdad basura.
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