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La venatoria no corre por mis venas

15/01/2023
 Actualizado a 15/01/2023
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Puestos a elegir, no se me molesten los cazadores por degustar más el cine que la cinegética. Aunque, como filólogo, los textos de cetrería y montería fueron poderosos imanes de lectura durante mi etapa universitaria, no hasta el punto de aceptar la propuesta de un familiar ⸺bastante guasón, dicho sea de paso⸺ de que bautizase a mi primera hija como Paloma (por eso de la ‘apetecible confluencia’ entre el nombre y mi/su primer apellido). Aunque no hubiera sido tan chocante como los apellidos resultantes del hipotético matrimonio entre un hijo del señor José Bono, expresidente del Parlamento español, y una hija del expresidente de los EE.UU George Bush.

Aunque como, insisto, no he sentido nunca ninguna afición por la caza mayor ni menor, confieso que de niño me vi envuelto en una aventura cinegética. Oficiaba el orden y la ley por aquel entonces en Villamor de los Escuderos, pueblo zamorano cuna de mi madre al que solía visitar los veranos, un comandante de la Guardia Civil, don Feliciano, vecino de la casa de mis tíos, a quien le gustaba pegar unos tiros de vez en cuando fuera de servicio. Un día me invitó a acompañarle al campo. Llegados a unos matorrales, nos ocultamos tras unos arbustos y, acto seguido, mientras yo permanecía agachado, inmóvil y en silencio, el benemérito comenzó al silbar imitando el sonido de la codorniz. Al poco tiempo, alborozada y ansiosa, apareció una codorniz macho, ya con el instrumento inhiesto puesto en fiesta debajo del ala. Pero la pobre ave quedó desorientada cuando, en vez de la esperada hembra, quien se le puso de frente fue don Feliciano con la escopeta. ¡Pum! Y era una vez una codorniz macho y su tesón incomprendido.

La afición a la filología hizo que cayeran en mis manos distintos textos del arte cinegético. En uno de ellos, el ‘Libro de la montería de Alfonso XI’, se dice que Camposagrado es «buen monte de oso y de puerco» (jabalí). Cuando lo leí, quedé emocionado. Pues a Camposagrado, a pocos kilómetros de León, solía yo subir en bicicleta y jamás sospeché que en esos pagos hubo osos algún día. Bien es verdad que por época medieval la fauna y la flora no eran las de hoy. Esta última es una obra de reforestación acaecida por lo años cuarenta del siglo XX. Gaspar Gómez de la Serna, hijo de la novelista Concha Espina, en ‘Viaje a España. La ruta de los foramontanos’ (1955), cuando hace la travesía por Camposagrado, se refiere al primer brote arbóreo: «Unos pimpollos de pinos chiquitines con yerbecitas verdes con un verde de albahaca».

Si, por influjo de la caballería, la montería significó unos de los principales recreos de la nobleza, encontramos también alguna vez a los monjes de los monasterios convertidos en verdaderos cazadores, contraviniendo lo preceptos de la autoridad pontificia. Como sabemos, la relajación de la vida monástica no debería ser cosa excepcional, por lo menos en ese y en otros aspectos.

Si la afición al arte de la venatoria alcanzaba a aquellos que se debían a una vida de recogimiento, también los monarcas, magnates y hasta simples hidalgos protagonizaban y rivalizaban en el ejercicio de la caza como deporte. También los vasallos. En los fueros otorgados en Ribas del Sil por el rey Alfonso IX de León, en el año 1225, se dispone que los vasallos están obligados a correr el monte señorial, agregando que si matasen algún oso dentro de esos términos, deberían entregarle al señor sus manos (las del oso, se entiende), «so pena de pagar tres cañadas de vino y tres cuartos de centeno».
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