16/07/2020
 Actualizado a 16/07/2020
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El campo semántico de la pandemia nos ha proporcionado un gran número de palabras, todas ellas contaminadas por la Covid-19: cuarentena, estado de alarma, confinamiento, respiradores, resistiré, residencias, Fernando Simón, desescalada, mascarilla, lavado de manos, distanciamiento, movilidad, nueva normalidad, PCR, test, retrovirales. En este momento están de moda los rebrotes y los rastreadores.Pero la palabra más esperada y soñada siempre ha sido, es y será ‘vacuna’.

Mientras estamos batiendo récords diarios de contagios declarados y los fallecimientos superan los setecientos mil en todo el mundo, el hallazgo de una vacuna contra la Covid-19 se ha convertido en el sueño prioritario de la humanidad. La prensa ya desde el principio nos animaba e ilusionaba con noticias como esta: «Casi al mismo tiempo que la pandemia de coronavirus comenzaba a traspasar fronteras como un tsunami imparable, laboratorios de todo el mundo iniciaban una carrera contra reloj para encontrar una vacuna que pueda contrarrestar al nuevo patógeno». El coronavirus nos ha demostrado que nos equivocamos considerándolo una simple gripe porque su capacidad de contagio es tal que se ha propagado por los países de los cinco continentes con una facilidad increíble. Toda la humanidad está intentando poner diques para frenar la riada, pero lavarnos las manos, poner mascarillas o intentar el distanciamiento son simples parches para frenar la velocidad de contagios. Lo que realmente puede llevarnos otra vez a la tranquilidad del mes de enero sólo puede ser la vacuna. Eso explica que por primera vez toda la comunidad científica internacional está uniendo sus fuerzas y recursos, día y noche en los laboratorios, a una velocidad de vértigo, para lograr el objetivo lo más pronto posible. Y nos dicen que son más de ciento sesenta los equipos que lo están intentando. Estoy seguro de que este es el reto más importante al que se ha enfrentado la ciencia en toda la historia. Yo quiero tener confianza en que los científicos lo conseguirán batiendo todas las previsiones que teníamos hasta ahora ya que, en condiciones normales, el desarrollo de una vacuna solía tardar varios años. Los expertos nos aseguran que será imposible tenerla en menos de un año. Creo que esta vez se van a equivocar porque en esta carrera por conseguir rebajar el tiempo se están rompiendo todas las previsiones.

El viernes pasado el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha pronosticado que muy probablemente en el segundo trimestre del año próximo estará disponible una vacuna contra el coronavirus con garantías y calidad suficiente para poder ser administrada a la población. Ha asegurado que los países de la Unión Europea se están coordinando para negociar conjuntamente y repartir equitativamente estas vacunas. Esta promesa tiene visos de realidad.

El día 4 de julio, en la fiesta nacional de Estados Unidos, el presidente Donald Trump ha asegurado que su país tendrá una vacuna contra el coronavirus para finales de este año. Preguntado por si quiere tener la vacuna antes que cualquier otro país, Trump ha respondido: «No me importa, sólo quiero conseguir una vacuna que funcione. Si otro país la consigue antes, me quitaré el sombrero. En el desarrollo de esta vacuna vamos mucho más rápido que en ninguna otra en la historia». Estos alardes en la celebración de la fiesta nacional nos transmiten esperanza.

La Organización Mundial para la Salud (OMS) reconoce a 139 proyectos como candidatos serios para lograr una vacuna muy pronto. Veintiuno de estos equipos ya están haciendo pruebas en humanos. Parece que el proyecto más avanzado es el Instituto Jenner de la Universidad de Oxford del Reino Unido. Sus investigadores estiman que su vacuna podría estar ya disponible para octubre o noviembre de este año.Nos encanta esta noticia y viene a ser el sueño esperado. Yo confío en este titular de prensa: “Alemania, Francia, Italia y Países Bajos han firmado un contrato con Astrazeneca para el suministro de hasta 400 millones de dosis de esta vacuna, destinadas a toda la población de la UE, incluida España». Si damos crédito a esta noticia nos encontramos en el meridiano de la pandemia. Hemos pasado cuatro meses y nos quedarían otros cuatro hasta la vacuna salvadora. ¡Ojalá sea así!

El problema hoy en España, y en todo el mundo, está en cómo salvarse estos cuatro meses de un rebrote masivo. En la Gripe Española de 1918 la mayoría de las muertes se produjeron en la segunda oleada de la pandemia al no dar importancia al riesgo que corrían porque el virus aún no había desaparecido. Un siglo más tarde seguimos sin aprender la lección y corremos el riesgo de que la historia se repita. Este último fin de semana el mapa de rebrotes de España presentaba más de cien focos activos y el número de contagios se aproximaba a las cifras terribles de abril. El número de muertes e ingresados en las UVI es muy inferior porque la mayoría de los infectados son jóvenes. Aquí está la clave. La juventud, en general, no se ha tomado en serio esta pandemia porque a ellos apenas les afecta. Suelen ser asintomáticos, pero deberían pensar en sus padres y abuelos. He pasado mi vida hablando a miles de jóvenes, en aulas o salones de actos, a viva voz o con un micrófono, dando consejos o luchando contra drogas y botellones, tratando de convencerles de que se puede ser feliz también de otro modo. Es posible que algunos de esos jóvenes estéis leyendo este artículo. Mi alumna y enfermera en Madrid (ver artículo de 16 de abril, Inimaginable pesadilla), seguro que lo leerá. Ahora, más que nunca, me gustaría lanzar un ruego a través de un micrófono que llegase a toda la juventud española: «Muchachos, os pedimos un último esfuerzo, sed sensatos y prudentes, hacedlo por nosotros los mayores, ya falta muy poco para la meta porque la ‘antigua normalidad’ está a punto de volver gracias a la vacuna».
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