29/03/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Nunca he sido hábil. Y he de reconocer que esto de pasar una blanca Semana Santa en el paraíso redipollejo me ha traído ya algún que otro susto en forma de resbalón. Gajes del oficio de los papones de bar que procesionamos estos días hasta casa de Esme para tomar el vino. Quizá piense que mal de muchos, consuelo de tontos, pero me reconforta comprobar que los míos no son los únicos resbalones. En breve comenzarán a procesionar por nuestras calles los gestores de la cosa pública para lucir todo lo que han hecho, tratar de esconder lo que han olvidado y convencernos de que el año que viene elijamos la papeleta con su nombre. Fíjese por ejemplo en el ministro de Fomento, que en un mes ha pasado de abrir la autovía a Santas Martas en octubre a retrasarla hasta enero y finalmente a adelantarla a este verano. Todo un as de la planificación, como verá. Lo cierto es que podríamos dar por bueno que estas cosas formen parte del juego habitual de una clase política cuyo nivel de indigencia tiende a infinito y que, por acción u omisión, genera problemas mucho más graves que un cambio en la fecha para abrir una autovía. Ahí está el inane Mariano contemplando desde su butaca cómo sus adversarios habituales procesionan como pollo sin cabeza por las calles de la cosa pública mientras él logra que le veamos como el mal menor pese a vivir en una siesta perpetua que se vuelve aún más placentera cuando ve que aquellos que sacaron en andas al tarado de Puigdemont ahora procesionan con él hacia prisión para degustar su última cena política.
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