09/02/2019
 Actualizado a 13/09/2019
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Siempre he defendido la tesis de que un buen tutor suele asegurar el éxito de su grupo. Es tan importante su tarea que puede conseguir el milagro de «convertir el agua en vino», transformar en excelentes a los alumnos normales.

Reconozco que los directores normalmente hemos sido muy injustos a la hora de nombrar el equipo de tutores. Siempre cae esta gravosa tarea en los mismos, en los que tienen el perfil del tutor. Todo profesor es capaz de enseñar y orientar, pero no todos tienen las características apropiadas para ser tutores. El perfil del tutor exige unos requisitos especiales: ‘Vocación’, debe ser voluntario. ‘Carisma’, tiene que dar seguridad al alumno para que confíe en él. ‘Dedicación’, sin límite de tiempo. ‘Intuición’, se anticipa a los problemas del alumno. ‘Comunicación’, dispuesto al diálogo. Mejor, siempre dispuesto a escuchar. Debe saber ponerse en el lugar del alumno ante una situación difícil.

El tutor para su grupo lo es todo. Es el profesor de una asignatura. Es el responsable de todo lo que sucede en el aula. Se coordina con los profesores del grupo para programar actividades y exámenes. Y principalmente, es el enlace con alumnos, padres y profesores.

Siempre he estado preocupado por la recompensa a los tutores. En nuestro instituto el claustro decidió que quedasen libres de guardias porque de la administración no reciben nada, a pesar de que la Lomce les prometía incentivos profesionales y económicos. Nada de nada. La única gratificación que tiene el tutor es el cariño de los alumnos. Ellos le van a devolver con creces los frutos de lo que sembraron con dedicación y paciencia. Cuando se crea un ambiente de sintonía y convivencia en el grupo, los alumnos hacen piña con el tutor y «que no se lo toque nadie, es suyo y lo defienden a muerte». He vivido algunos casos así y realmente tenía una sana envidia de lo que habían conseguido aquellos profesores. Está comprobado que los grupos con un buen tutor tienen el éxito garantizado.
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