La trenza

Por Saturnino Alonso Requejo

Saturnino Alonso Requejo
09/04/2023
 Actualizado a 09/04/2023
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Andaba por los dieciséis años arriba y, mientras hacia las camas, se la oía cantar aquella ronda que le cantaban los mozo las noches de los sábados:

«Ábreme la puerta, niña,
que de noche vengo a verte;
ábreme la puerta, niña,
sin ningún inconveniente.

Inconveniente, ninguno,
pero ya estoy acostada,
y no tengo por costumbre
levantarme de la cama.

Si no tienes por costumbre
levantarte de la cama,
hazme, niña, este favor
que otro te haré yo mañana.

Los favores a deshora
yo a ninguno se los hago;
los favores a deshora
suelen dar mal resultado».

Era más alegre que unas castañuelas; y cantaba mejor que los mirlos por el camino de Sonriego.
Una de aquellas mañanas, después de sacar los tiestos de petunias al balcón, bajó a la cocina y le espetó a su madre:
– ¡Maaa, quiero meterme monja!

Fue entonces cuando a su madre se le saltaron los puntos de la chaquetilla de lana encarnada que le estaba haciendo. Y salió al portal a secarse las lágrimas.
A los pocos días de esto, ¡zas!: carta de la Madre Superiora del Convento de Deusto, en la que señalaba el mes y día de ingreso, el pequeño ajuar que debía llevar y aquella advertencia: ¡que se cortara el pelo para ingresar!

La víspera de la marcha, la madre sacó las tijeras del cestillo de la costura y le cortó aquella TRENZA hermosísima que le bajaba en cascada hasta el vado de la cintura.
Y su madre se secaba las lágrimas con la punta del mandil, mientras guardaba en el estuche de madera tallada que le había encargado a Avelino, la TRENZA, los pendientes de domingo, el anillo de cobre, la Medalla de la Primera Comunión, el collar de piedras de colores, y así,
Y allí quedaban, en el portal, aquellas madreñinas floreadas que le había comprado a JUANICHE el Castañero de Sajambre.

La despedida, como mandaba la costumbre, se hizo en La Presona: justo donde el agua regadía cruza el camino. Que un poco más abajo se junta con ‘El Ojos del Mar’. Y, los dos de bracete, van al Esla; y el Esla va cantando al Duero; y el Duero se deja caer de bruces en el Mar de Oporto, camino sin retorno al Infinito.
Llegado el día de la Profesión, como mandaba la Regla, emitió los tres votos: Pobreza, Castidad y Obediencia.

Y, como las palabras son ‘La Casa del Ser’, al cambiar su ser y su hacer, tenía que cambiar su nombre. De modo que, a partir de aquel día, ya no se llamaría Eugenia, sino Sor Dolores, para llevar en el alma el nombre de su madre: ¡DOLORES!
Como Sor Dolores tenía buenas maneras, sacó el título de ENFERMERA y fue destinada a ejercerlo en un hospital de Oviedo,
Y los médicos..., pues sor Dolores por aquí, Sor Dolores por allá, esto lo remedia Sor Dolores, y así.
Porque era más misericordiosa que la sombra de una nogala. ¡Parecía las Catorce Obras de Misericordia!

Desde que se metió monja, sólo una vez le dieron permiso para ir a Remolina. Y fue entonces cuando le secreteó a Baudilio que padecía un cáncer mortal y que había venido para despedirse de su familia, de su pueblo natal, de aquellas altísimas montañas que lambían los pies del cielo, del regazo da los hayedos maternales, de las fuentes misericordiosas, de los arroyos despeñados que iban al mar da los confines... ¡Y yo qué sé qué más!

Pero allí dejaba su larguísima TRENZA como memoria del pasado y añoranza del futuro.
¡DESCANSE EN PAZ SOR DOLORES!
¡QUE ASÍ SEA Y AMEN!
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