28/04/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Tal y como pronosticábamos, en la partida de ajedrez que mantiene el pulso del gobierno con la oposición, Rajoy ha optado por sacrificar a una reina con tal de ganar tiempo y así, intenta evitar un jaque mate; difícil cuestión, porque se le acumulan los palos en las ruedas para seguir rodando.

Es curioso hasta el sarcasmo cómo Cristina Cifuentes se ha visto forzada a dimitir por dos tarros de crema facial. Con lo que se ha robado, es una bagatela sin importancia, una nimiedad. Claro que no es la cantidad, es el gesto. ¿Qué puede llevar a una persona con alto nivel de vida a robar en un supermercado un par de potingues? ¿Cleptomanía compulsiva, aburrimiento, maldad?

Cuando todo ha acabado, siempre es más digno retirarse antes de que te abran la puerta, pero ella esperó a que la echaran a empujones a través de un video que la presenta como a una vulgar ratera de suburbio. ¿Quién es la mano negra? La proyección había sido destruida por el supermercado. Sólo alguien tan cruel como Lord Voldemort ha podido guardar y aguardar siete años en las trincheras, sacarlo en el momento oportuno en el que se convierte en el tiro de gracia de su carrera política.

Lo que está claro es que a la oposición no le interesaba demasiado este escándalo, ya tenían cadáver político y moción de censura a la vista. Huele a ‘vendetta íntima’, ‘fuego amigo’. Y es que en el PP ya hay ruido de sables que presagian ciertas candidaturas, en la Comunidad de Madrid y en la futura presidencia del gobierno. Ver la próxima cabeza al mando será algo así como ver a Judas. O no, o simplemente las maniobras son orquestadas desde la oscuridad. Y mientras Cristina se marcha, carilarga y deprimida, y todos se pegan por ocupar su puesto, el PP y el PNV firman un preacuerdo que sacará adelante unos presupuestos que seguro tendrán un alto precio para las clases medias y ciertos privilegios para los de siempre. Apretones de manos y aquí no ha pasao ná.

ETA se desarma y pide perdón (y el dolor, ¿adónde va?), que diría Bécquer. Puigdemont campa a sus anchas por Europa y el juez Llarena asiste impertérrito a unas declaraciones un tanto pilatescas de Montoro. Los ERE y la Gürtell siguen sin resolverse y Caro y Errejón no aclaran sus títulos y becas oscuras.

Los españoles asistimos a este espectáculo turbio distraídos, entre declaraciones de la renta y un horizonte de verano muy nublado. Nos indignamos con sentencias y manadas. Sólo nos queda recordar los versos de Juan Ramón Jiménez y rogar al cielo: «La transparencia, dios, la transparencia…».
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