La tos del cole

Y como el río sigue fluyendo, tocan las aguas de la vuelta al cole. En clave gastronómica, vuelven los bocatas de mediodía, después de los turrones y del roscón de reyes. Pero vuelve entre temblores repartidos por todos los frentes.

Uno, el de los padres, que esperaban que las inyecciones que mantienen a raya al bicho ese de pelos de punta, ya estuvieran injertadas en sus hijos y eso respetara un poco la normalidad en casa, sin tanta mascarilla tapa sonrisas ni tantos noes a las visitas a la familia. El segundo, el de los niños, que vuelven a soportar las ventanas abiertas en las aulas en un Bierzo que a veces se embrutece con la helada. Y es que ya vamos casi por el maremoto sumando olas de pandemia sin que nadie se remangue en serio y diga, a la séptima va la vencida. Lo tenemos. Purificadores de aire en los centros y vacunas a tutiplén. No, es mejor ir sumando cada día tantos por 100.000 habitantes. Hoy, la incidencia del covid sube por encima de los 5.000 a 14 días. Y venga trigonometría de arquitectura social para envolver el miedo que se queda en las cifras, en las casas, y en los coles. Sumamos contagios como setas, por kilos, pero esta vez parece que ya hemos tocado techo y alguien ha decidido cruzarse de brazos concluyendo que, aquí no pasa nada, esto es un catarrín. Las mismas cifras hace unos meses nos hubieran recluido a una sola habitación, dejando el plato en la puerta para que nos alimentaran… ahora se venden test de antígenos como si fuera el videojuego de moda, solo para testificar una realidad que algunos ocultan y otros aprovechan.

El caso es que seguimos remando, viendo otra ola y otra más, con los brazos partidos de tanto ir contra este mar de aguas desconocidas. Solos, mientras desde detrás del bozal los hay que muestran las armas para enfrentarse en las urnas. Y lo que levantan es un muro entre dos mundos paralelos que nunca van a encontrarse, el de los que temblamos y cruzamos los dedos cada mañana y el de los que no hacen nada para cambiarlo.