La tos de Baroja

Aparece el libro titulado 'Un poco de compañía' del escritor leonés Andrés Trapiello, vigésimo cuarta entrega de una peculiar colección dedicada a Pío Baroja

Bruno Marcos
22/05/2019
 Actualizado a 18/09/2019
El escritor leonés Andrés Trapiello. | RAFAEL TRAPIELLO
El escritor leonés Andrés Trapiello. | RAFAEL TRAPIELLO
He de confesar que soy barojiano, en la medida de mis posibilidades, y que me di cuenta de serlo cuando, después de hacerme con una partida de libros de Baroja de los años treinta y cuarenta, me obsesioné con que las anotaciones a pluma que traían eran de su puño y letra y que correspondían, según mis cálculos, a una maleta que le requisó un oficial nazi al paso por Hendaya, mientras le comentaba que algunos le creían de los suyos y otros lo contrario. Lo cierto es que los ejemplares tenían cosas raras: mapas a lápiz con itinerarios por pueblos vascos, traducciones, cuentos por los márgenes; y cosas inquietantes: todos sin cubiertas, la palabra Baroja tachada con tinta azul o guillotinada a lo largo de cientos de páginas, o levantada con cuchilla de afeitar en la portada de ‘Los amores tardíos’… Y la prueba definitiva para mí de que habían sido suyos: al final de las ‘Letanías de Satán’ de Baudelaire —que yo tenía la seguridad de que él había leído— estaba escrito: «¡Qué estupidez!».

En un momento dado corté, me dije que para qué tanto Baroja, aunque tengo recaídas. Esta ha sido breve pero nutritiva porque al barojismo se ha unido el trapiellismo, otra adicción que tengo. Hace pocos días releía yo una buenas páginas del tercer diario de Trapiello en las que reflexionaba sobre don Pío muy críticamente pero en las que acababa declarando haber sido duro con él como quien lo es con su propio padre y terminaba con un «Le debo tanto». Ahora encuentro este tomo de poco más de noventa páginas que la editorial Ipso acaba de publicar en su serie ‘Baroja & Yo’, en la que van por la vigesimocuarta pieza de un puzzle cuyo fin es armar la estampa de ese enigma que fue Pío Baroja.
Baroja cáustico, misántropo, escéptico, pesimista, malhumorado, resentido, novelista errático, descuidado, y, sobre todo, taimado: ¿por qué, tan refractario a todo, causó y sigue causando interés?

Trapiello ha organizado este libro en torno a cinco cartas manuscritas que encontró en el Rastro y en las que el novelista se dirigía a un diplomático amigo suyo que conoció en el exilio parisino. Dichas cartas sirven al escritor leonés para dibujar al donostiarra, precisamente usando el primero muchas de las maneras del segundo, como si en realidad fuera Baroja el que analiza a Baroja con un método netamente barojiano. No en vano recoge esta pieza una autoentrevista que el autor del 98 se había confeccionado redactando él mismo las preguntas y las respuestas.

Para Trapiello, Baroja no es un auténtico misántropo, ni un verdadero misógino, sino alguien que va «al tran tran» y su mayor éxito es hablar de sí mismo, siempre sin contar nada íntimo hasta forjarse una máscara, que bien sostenida funda a su alrededor un mundo propio y singular, el barojiano, que gira todo él en torno al tono. Un tono que no es de tenor sino de «vagabundo que tararea». Su manera de contar es viva y natural, expresiva y cercana, sin retórica y, pareciendo siempre un viejo, ha sido escritor de jóvenes lectores, seguramente porque sus personajes son individualistas pero desinteresados.

Asegura Trapiello esto pero también que resulta una persona mezquina y resentida muchas veces, áspero, agrio, con aristas, escritor de estilo reumático y que tenía toda la pinta de ser lo que le llamaba su hermana: un «egoistón». Andrés Trapiello concluye diciendo que en Baroja no busca grandes tipos o frases ingeniosas sino un poco de compañía. Aunque se quejase siempre sus quejas no agobian, no persiguen nada, son como la tos de alguien que nos acompaña. «Nos gusta oírle toser —finaliza—, la prosa de don Pío es la que mejor expectora de la literatura española».
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