La tienda en casa

El colegio en casa, la oficina en casa, la iglesia en casa, el gimnasio en casa, el parque en casa…vamos a conceder que hasta un bar normal en casa, aunque lo sitúo al mismo nivel de, por ejemplo, el K2 en casa: por mucho que tengas una pantalla como una pared y te plantes con el ventilador al máximo y la nevera abierta delante de ella, mientras te dejas caer cubitos de hielo por la espalda, creo que la sensación no debe ser la misma que estar a 8.611 metros de altitud temiendo por tu vida, la real, no la confinada. Algo parecido pasa con los bares bendecidos, la atmósfera no se puede recrear, ni siquiera en este plató número tres de la tienda en casa.

Ahora pasamos directamente de la cena al sopor de la tienda en casa con el mismo zumbido que antes de todo esto sentías al ver este tipo de programas, cuando a altas horas de la madrugada, tras salir o no, te embobabas delante de la pantalla viendo estrafalarios cachivaches y escuchandoexplicaciones aún más estrafalarias. Pero hoy, la falta de vitamina de D, la dilatación del espacio-tiempo o, la insoportable compañía de uno consigo mismo y con pocos más confluyen para llegar a pensar que esos cachivaches nos vendrían de perlas. Hasta pienso en combinarlos y enganchar la licuadora máster a unos pedales acoplados al sofá masajeador, que se podría meter en la sauna esa de plástico que solo te deja fuera la cabeza. Licua, tonifica y adelgaza sin quebrar el estado de alarma. Y mientras licuo, tonifico y adelgazo puedo estar compartiendo una subida virtual al Kanchenjunga con hasta 12 personas a las que hacía hasta 12 años que no hablaba. Y si todo eso lo hago antes de 20 minutos igual me obsequian con un tirador de cañas marca Acme para avanzar en lo de recrear el bar.

Esto pasa. A veces, en los horizontes interiores por los que ahora transito más que antes, llego a estos rincones, donde no se está mal, pero no sé si pertenencen a las ocurrencias, los delirios, las bromas o la mera pugna del marketing y la imaginación.