La teoría del 'porsiacaso'

Luis Ignacio García comenta la obra 'Lugar seguro' de Isaac Rosa

José Ignacio García
16/07/2022
 Actualizado a 16/07/2022
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‘Lugar seguro’
Isaac Rosa Editorial Seix Barral
Novela
Premio Biblioteca Breve 2022
312 páginas 19,90 euros

Dudo mucho que Isaac Rosa y mi médico de cabecera se conozcan, ya sea en persona o de manera virtual. Sin embargo, leyendo ‘Lugar seguro’, la novela con que Rosa se ha adjudicado la sexagésimo cuarta edición del premio Biblioteca Breve, me ha parecido estar escuchando –aunque sin el acento sevillano del autor– la voz y las recomendaciones del galeno que más se preocupa por mi salud.

Tanto se preocupa por mi osamenta, que no deja de recetarme nuevas pastillas: ora para el colesterol, ora para la tensión, que se suman a las muchas que ya ingiero cada día, en distintos formatos, tamaños y colores, para las distintas patologías que, como si fueran okupas a los que no se puede desalojar, acampan de forma crónica en mi organismo.
Según el doctor, ni tengo colesterol ni soy hipertenso; pero esas nuevas grageas son para ‘porsiacaso’, para prevenir, para evitar males mayores. Y añade siempre cuando me despide: «y hazme caso, Dostollesqui, y tómatelas, que quiero seguir leyéndote muchos años, por más que con ese apellido que tienes no creo que llegues muy lejos como escritor. Mejor harías inventándote un seudónimo».

Mi apellido, García, que luzco en la documentación por triplicado, y con dudoso orgullo, como tres condecoraciones idénticas de hojalata, coincide con el de los tres protagonistas de ‘Lugar seguro’, Segismundo abuelo, Segismundo hijo y Segis nieto. Tres generaciones de pillastres de nuevo cuño que recuerdan a los pícaros de antaño, que siempre han sido patrimonio con denominación de origen de esta achacosa España para la que ni mi médico dictaminaría remedios.

‘Lugar seguro’, que quizás algún día encuentre también acomodo en el libro Guinness de los récords como la novela que más repite su título a lo largo de sus trescientas doce páginas, discurre a lo largo de una jornada, e Isaac Rosa utiliza un monólogo que pone en boca de Segismundo hijo, que se dirige continuamente a su padre, Segismundo El Grande, para contarle una historia que recorre la genealogía y peripecias de una estirpe en la que Segismón, que es como le llama su adorable cuidadora Yuliana, es el gran patriarca, Segismundo hijo su alumno más aventajado, y el joven Segis un pinta de mucho cuidado desde su más tierna infancia, pero dotado de una clarividencia precoz que –tras meterse en un turbio negocio de apuestas deportivas– quizás le permita ver las orejas al lobo, antes de que este lo devore.

Segismundo hijo cree haber encontrado el negocio ideal. Aprovechando esa tendencia yanki de edificar refugios de alta seguridad para millonarios, él funda una empresa de «búnkeres utilitarios», si se me permite la expresión, al alcance de cualquier bolsillo y que se pueden construir en un trastero obrero, en el sótano de un chabolo, o –si me apuran– en el desagüe de una bañera. La iniciativa le va de maravilla y los clientes prevenidos contra un ‘porsiacaso’ catatónico se multiplican por doquier, pero el banco no le concede la financiación que necesita y eso puede originar que siga los pasos de su progenitor que, tras erigir un emporio de clínicas odontológicas asequibles en connivencia con otros socios más avispados, terminó dando con sus huesos en la cárcel, hasta que una demencia senil prematura le devolvió una libertad condicionada por su falta de juicio.

En estos tiempos en que las distopías apocalípticas están tan de moda, Isaac Rosa tira de ingenio, imaginación e ironía para describir un futuro cercano que puede ser consecuencia de pandemias, cambios climáticos, guerras nucleares o invasiones alienígenas. Un porvenir inminente en el que, visto como nos luce el pelo (o a algunos las calvas), para nada resulta descabellado tomar medidas y prevenirse de víveres, pertrechos y de escondrijos que alarguen un poco la agonía del planeta y sus ocupantes.

Pero la novela, profunda como estaciones de metro subterráneas, analiza de forma crítica la actual sociedad del bienestar. Isaac Rosa habla de un «ascensor social» para describir cómo desde la nada el apellido con poca alcurnia de los García ha tratado de trepar en el escalafón de los más acaudalados, con la reticencia de los oligarcas con pedigrí, que se ayudan y solidarizan a cualquier precio, y cierran filas ante los nuevos ricos que amenazan su estatus de privilegio. De poco les valdrá a los Segismundos matricular a su último retoño en un carísimo colegio para triunfadores, donde los niños ya vienen triunfados de casa, porque la suya es una historia de perdedores ilusos que un día creyeron acariciar un sueño irrealizable.

Isaac Rosa también retrata un grupo social –apodados los botijeros por Segismundo narrador– que cree en un mundo mejor, más solidario, más natural y más ecológico; un mundo donde el trabajo colectivo de todos puede hacer frente al capitalismo imperante. Estos ecomunales ingenuos y felices sacan continuamente de quicio al protagonista, y más porque no dejan de proliferar como los cristianos en las catacumbas de Nerón.

Pero en ‘Lugar seguro’ hay otros muchos aditamentos que hacen atractiva la lectura. Desde el comienzo existe un idilio entre búsquedas e insinuaciones que atrapan al lector con un lenguaje ágil, coloquial y asequible. Se buscan fortunas escondidas, ancianos extraviados, amores imaginarios; y se insinúan romances imposibles, venganzas aterradoras, nostalgias agrietadas; o se describen escenarios donde se confunden paraísos con burdeles y comedores sociales con parajes edénicos.

Por lo que aúna de ética y de estética, ‘Lugar seguro’ es una novela ideal para llevarse de vacaciones, a una isla desierta o a uno de esos búnkeres ‘low cost’ que su protagonista quiere construir, a pesar de las reticencias bancarias y de los clientes que empiezan a sentirse estafados. Una novela que en algunos momentos hará reflexionar a los lectores y en otros los arrancará una sonrisa y los ayudará a evadirse de una realidad incómoda.

Eso sí, mientras le doy una vuelta a lo de cambiarme el apellido literario, si ustedes están preparando los baúles playeros, además de incluir la novela que hoy recomiendo, los bañadores, las toallas capotonas y los bronceadores de factor total, no olviden las pastillas para los mareos y las incontinencias gástricas, un surtido de pomadas atenuantes contra las quemaduras, los picotazos mosquiteriles y los escozores de diversa índole y, sobre todo, los mapas de los tesoros que guardan en un lugar seguro. Por si acaso.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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