La tapa de tarde en León

Julio Cayón
14/02/2016
 Actualizado a 01/09/2019
La hostelería leonesa ha cobrado peso y protagonismo en el conjunto nacional gracias a la tapa ‘gratis total’ que se oferta –en ciertos establecimientos muy abundante, por cierto– junto con la consumición. El rebautizado como Barrio Húmedo –también se conoció al enclave con el calificativo de Plaza de las Tiendas a pesar de su denominación oficial de San Martín en honor a la barriada del mismo nombre– y el titulado popularmente, ahora, Barrio Romántico, incardinado en el pétreo y noble de Santa Marina –Cervantes, Torres de Omaña, Recoletas, López Castrillón, el Cid…– marcan las pautas de cuantos visitantes se acercan a la ciudad para, a partes iguales,conocer monumentos y alternar. En cuanto al primero, Barrio Húmedo, es verdad que hace años hubo un débil conato, de muy poquita consistencia, para llamarlo la senda de los elefantes por las ‘trompas’ que algunos parroquianos hacían suyas por allí. Pero no cuajó la nueva ‘cristianización’ urbana y lúdica.

Si volvemos la vista cincuenta años atrás –para la historia es un soplo- la tapa que se ofrecía al cliente era más bien única y adusta, en el mejor contexto de los términos; es decir, el propietario servía la consumición –por aquella se bebía, de manera habitual, vino blanco por la mañana (tomar el blanco) y clarete por la tarde, que, sin entrar en otras cuestiones explicativas, se permutó tiempo después por el apellido de rosado-, y se le asignaba la tapa del día que podría ser un callo bravo y bien condimentado, asadurilla con excelente y espesa salsa roja, sardina de lata en aceite de oliva… en fin, lo que dispusiera la cocina para la jornada. ‘El Polvos’, que abría sus puertas en la Casa de las Carnicerías y atendía Emiliano con su peculiar carácter, aumentaba la graciable oferta con una galleta ‘maría’ para los niños que iban al bar de la mano de sus progenitores.

Es bueno recordar que, por entonces, tenía mucho predicamento y aceptación el ‘manchado’ -vino blanco con un golpe de vermú-, y el propio vermú con seltz, santo y seña de, entre otros locales, ‘El Besugo’, en la calle Azabachería, en el Barrio Húmedo, ‘La Gitana, próximo a éste en la calle Carnicerías, o ‘La Madrileña’, en la de Cervantes, al lado de la centenaria y, por su diseño, muebles y decoración, clásica farmacia de la ciudad –se abrió al público en 1913– que aún pervive con el tándem profesional Vizcaíno-Herrezuelo.

Cohabitaban por la época en aquel variado, amable y manejable León gente muy castiza que, en la barra del bar, acodados, demandaban al camarero, con gracia, personalidad y costumbrismo ‘un mol con pañí de gatillo’, que traducido al lenguaje clásico venía a ser un vaso de vino con agua de sifón. Y otro dato peculiar. En la modernidad se ha instaurado definitivamente el ‘vamos a tomar un vino’, cuando, en diferentes tiempos, nuestros padres y abuelos apuntaban de forma genérica ‘vamos a tomar un vaso’.

De manera, que la tapa, sencilla y rica, se fue consolidando como algo inherente al alterne de mediodía, cual si se tratara de un ejercicio de obligado cumplimiento para proteger el estómago y no beber‘a palo seco’. Así era y así se mantuvo muchísimos años. Sin embargo, algo se produjo en los principios de la década de los setenta del pasado siglo. A partir de entonces comenzó la consolidación de la tapa por la tarde y por la noche. Es posible que aquí, de resultas del hecho, aparezcan matizaciones o, incluso, desmentidos. Ahora bien, el dar tapa en las horas vespertinas de la jornada –en el sentido literal que hoy se entiende como tal–tiene su origen –al menos en el recuerdo puntual, honesto y sin otras miras que el cronológico y curioso sin mayores pretensiones- en el Barrio Húmedo y, más en concreto, en el bar ‘Miche’, regentado por Antonio Flórez Díez ‘Miche’, jugador de la Cultural –ya se sabe, y Deportiva Leonesa- en la temporada 1955-1956, bienio en que el equipo compitió en la primera división de fútbol. ‘Miche’ se retiraría en 1959 después de jugar una intensa liga en segunda categoría –llamada siempre de plata– con el Racing de Ferrol. Moriría con ochenta y cinco años en Ciudad Real en diciembre de 2014.

Volviendo al tapeo, hasta entonces lo que se venía ofreciendo al parroquiano de turno a la atardecida podía ser unas aceitunas, patatas fritas de bolsa, cacahuetes... cosas así, cosas sencillas. Era la época de las peñas de amigos –se juntaban, aproximadamente, entre cuatro y seis– que hacían el ‘recorrido’ por el Húmedo como si de estaciones penitenciales se tratara. Uno de los encantos de la zona, sin duda, era esta convivencia diaria y abierta, donde todos se conocían, se saludaban y confraternizaban.

Por aquellos neófitos años de los setenta, la gente joven, en tropel, comienza a venir al Húmedo, a acercarse a unas raíces incontestables de la capital del viejo reino. Compagina el centro de la ciudad con la zona antigua. Esta última tiene un predicamento diferente y atrae. Se nota un novísimo aire en el historiado y viejo barrio ‘sanmartinero’.

Hace buen tiempo –¿Podría ser la primavera o el verano de 1972 o 1973?– y el ‘Miche’ se convierte en una explosión de gente, de clientela ávida por alcanzar el mostrador. Se llega casi a hacer cola para acceder al bar. La tapa que ofrece, al igual que por la mañana, es un delicioso trozo de calamar rebozado que Mara, la mujer de Antonio, fríe aplicando una receta personal. La masa es esponjosa, agradable al paladar y suave. Bañada con generosidad en la sartén, envuelve, como un abrazo, el pedazo de molusco. Se cuenta que para ello, para consolidar masa tan especial y secreta, utilizaba gaseosa y, claro está, sus extraordinarias manos de cocinera. Mara era una mujer que entendía de fogones como nadie. El bacalao al ajo arriero, uno de sus platos, era –por encargo, eso sí– un indiscutible manjar sin parangón, muy demandado por los clásicos, que lo degustaban en la fresca y acogedora bodega del establecimiento.

Pasadas unas semanas –razonablemente tampoco muchas- la norma del ‘Miche’ en cuanto a la tapa de la tarde toma cuerpo, y, sin excesiva demora, quien más y quien menos, la pone en práctica. Comienza la nueva era de la tapa en la hostelería leonesa, famosa ya en toda España por dos motivos: calidad y gratuidad.

Quizá la peor parte de este capítulo del Húmedo sea la actual y pervertida competitividad entre el sector por ofrecer mejor y más amplia tapa. La restauración del fin de semana, en general, se ha resentido en muchos establecimientos del ramo –sobre todo en las cenas– de manera preocupante. No es exagerado afirmar que con la ingesta de dos o tres consumiciones en lugares específicos se puede dar por cumplido este capítulo de la alimentación diaria gracias a las tapas.

Y el asunto es que ya no hay marcha atrás. Que de forma irremediable se alterna más por la tapa que por la calidad del caldo que se bebe o la cerveza helada que se disfruta. La tapa sencilla pasó a mejor vida y es raro el bar que no oferta cuatro o cinco diferentes, que muchos turistas llaman pincho por asociarlas a su lugar de procedencia. ¿Qué le pongo, señor? ¿Y de tapina? Es la fórmula más común al uso. La que se lleva. Esto es León, sus tapas y sus circunstancias.
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