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La solidaria sorpresa de Ingvar Kamprad

24/03/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Hay personas que de la nada llegan a fundar emporios comerciales y alcanzar una de las riquezas más importantes del mundo. Una de ellas es el sueco Ingvar Kamprad, que comenzó negociando con la reventa de cajillas de cerillas y finalizó su vida con una empresa constituida por 412 megatiendas y 155.000 empleados, distribuidos por los cinco continentes. Tuvo la visión de establecer la fabricación de piezas sueltas, para el montaje, por el propio comprador, de los muebles y decoración de su casa, a precios muy competitivos. Su principal activo propagandístico es un catálogo impreso, con una tirada de 211 millones de ejemplares, de más de 330 páginas. El logotipo de la casa responde a la austeridad y esencial diseño, características propias del talento de tan singular empresario: un rectángulo con un óvalo en su interior amarillo en cuyo interior figuran letras de trazo grueso, de color azul, como en el resto de la marca comercial. A la hora de escoger las iniciales de la sigla, unió las de su nombre, IK, a las de la tierra de su infancia, EA; concretamente, a la granja familiar, Elmataryd, y al pequeño pueblo cercano, Agunnaryd.

No fue Ingvar gustoso de la servidumbre pública. De entre las pocas manifestaciones de su vida, las más significativas fueron para pedir disculpas –lo hizo en carta a sus empleados– por haber simpatizado en su juventud con el partido nazi. Aunque su fortuna no dejó de crecer, defendió su estilo de vida, el aprehendido en su infancia, opuesto a su gran riqueza. El diseño de los muebles de Ikea, como su proceder en el consumo diario, son todo lo contrario del inútil despilfarro. Lo que tanto sorprendía, para él era norma de vida: adquirir su ropa en los mercadillos, viajar en clase turista, comprar productos a punto de caducar, llevarse los sobrecillos de azúcar o de sal no consumidos… De lo que consideran una tacañería han sacado fruto dibujantes y humoristas, pero a él siempre le importó la opinión ajena un rábano. Declaró a la revista Forbes que el mayor secreto de su éxito empresarial radicaba "en estar cerca de la gente sencilla, porque en lo profundo yo soy uno de ellos"; esta fidelidad fue siempre la pauta de su comportamiento.

Las cábalas sobre el contenido del testamento de Ingvar Kamprad, una vez fallecido el 27 de enero, han sido constantes hasta el martes, 13, de este mes de marzo, fecha en que se ha hecho público. La sorpresa ha sido grande, no tanto por la asignación del 50 por ciento de su patrimonio a los tres hijos habidos en su segundo matrimonio, y a la hijastra del primero, como por el destino mandatado a la otra mitad de su fortuna. Para la comprensión de tal decisión, es necesario reseñar que Suecia no es como los países europeos mediterráneos, en los que la riqueza se concentra en el norte, mientras el sur es más pobre; pero comparte un mismo problema. Su territorio septentrional está prácticamente despoblado, por las duras condiciones climáticas; así, la densidad de población de los nueve millones y medio de ciudadanos suecos es muy dispar: un habitante por km2 en el norte, mientras que en el sur, donde se hallan la capital y las principales ciudades, es de 140.

Ingvar ha sido ciudadano de la provincia sureña de Smalandia, pero en su larga vida cada vez se interesó más por el norte y centro de Suecia, la región constituida por nueve provincias, sin rango administrativo, conocida como Norrland. Le preocupaba su migración, y los más cercanos recuerdan cómo manifestaba su deseo de "hacer posible que la gente joven contase con medios de vida atractivos para que no la abandonase". Para ello tomó la determinación de destinar, en su testamento, el 50 por ciento de su fortuna a remediarla, a través de la fundación ya por él creada, con fines sociales Un mecenazgo, aun de esa categoría, no va a solucionar definitivamente, ni en Suecia, ni si hubiera sido el afortunado otro país europeo, la despoblación creciente de las áreas rurales. Pero sí que es una llamada de atención para cuantos manejan la hacienda de la UE. Y qué decir en lo que concierne a nuestros responsables públicos, cuando la despoblación afecta a veintidós provincias españolas. Entre ellas, León, que ve mermar cada año los habitantes del 71 por ciento de los 1400 pueblos de su territorio; 65 cuentan en la actualidad con menos de seis habitantes. Lo cual tiene su repercusión en las cabeceras de comarca; un ejemplo podía ser Astorga, que en la década 2007 / 2017 ha perdido casi mil vecinos (de 12.139 a 11.153), y aún le espera, si no surge un incentivo imprevisto, un descenso mayor.

La despoblación en España debería ser un tema primordial de propuestas, por parte de los diputados, senadores, y toda esa retahíla nueva que se ha incorporado a los distintos parlamentos. Pero para ello, como para otras cuestiones, hoy en día de bochornosa actualidad, es necesario superar, armonizar los intereses y mendacidades de las actuales taifas existentes. En suma: tener como propia la nación, los derechos comunes de su ciudadanía. Ingvar Kamprad, con su solidaria aportación así sintió Suecia, su patria.
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