jose-luis-gavilanes-web.jpg

La Sociedad de Naciones

07/07/2019
 Actualizado a 14/09/2019
Guardar
Se ha cumplido días atrás el cien aniversario de la creación de la Sociedad de Naciones. Surgida tras el Tratado de Versalles del 28 junio de 1919, se proponía establecer las bases para la paz y la reorganización de las relaciones internacionales una vez finalizada la Primera Guerra Mundial. La integraron 57 países, entre ellos España, y tenía su sede en Ginebra. Tras unos éxitos iniciales, por su posterior inoperancia en mantener la paz, fue disuelta en 1946 al término de la Segunda Guerra Mundial, dando paso a la Organización de Naciones Unidas (ONU), que ha devenido tan incapaz en resolver los problemas internacionales como su predecesora. Sirvan como ejemplo las 26 resoluciones que ha incumplido Israel sobre Palestina, o la resolución 2.429 no acatada por Gran Bretaña sobre Gibraltar o de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, etc.

El 26 de septiembre de 1936 a Ginebra marchó el abogado y político democristiano Ángel Ossorio Gallardo como representante de la agredida Segunda República española. Su decepción fue mayúscula. Aunque el crédito de la Sociedad estaba ya bastante quebrantado por los sucesos de Corfú y Manchuria, el jurista español confiesa que jamás pudo pensar en un envilecimiento como el que presenció: «Aquello era una farsa, una inmunda farsa. Todo eran rodeos, circunloquios, perífrasis, atenuaciones». Por ejemplo, si había que decir en caso de que el país ‘A’ haga tal cosa, el país ‘B’ le declarará la guerra, se usaba un estilo semejante a éste: «En el caso de que si el país ‘A’ se decidiera a adoptar una actitud que el país ‘B’ pudiera refutar, sin detrimento de la licitud de la crítica, como encaminada a permitir la interpretación de que su finalidad no fuese aceptada como enteramente adaptable a la perseverancia en el estado de relaciones existentes, no sería enteramente inadmisible contemplar hipotéticamente la posible eventualidad de que el país ‘B’ apreciara el hecho como virtualmente antitético con los deseos de conservar una situación radicalmente opuesta al concepto de las posiciones ideológicas tenidas como inamistosas». Vamos, algo semejante al decir retorcido y enrevesado que censuraba Juan de Mairena, el personaje apócrifo de Antonio Machado, que en lugar de decir sencillamente «lo que pasa en la calle», se optara por: «los eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa».

Ossorio Gallardo leyó un discurso en la Asamblea. Tenía como tema explicar la legitimidad del Poder y cómo la Sociedad de Naciones debería defender los Poderes legítimos fuesen cuales fuesen sus enemigos porque, de lo contrario, le faltaría a la Sociedad su propia razón de existir. A ello el representante español vio que sus argumentos contundentes e irrefutables por un oído entraban y por otro salían, oyéndolos la Asamblea como quien oye llover, excepto los delegados de Rusia y México. Todo lo demás tenía los caracteres de un perfecto desprecio cuando no de una franca agresión. Eso sí, le correspondió al representante español el honor de hacer entrega a la Sociedad de Naciones, a costa de España, la soberbia decoración del salón de sesiones del Consejo, pintado por el muralista catalán Josep María Sert, «¡Lástima de los millones que allí gastamos! ¡Cuánto mejor empleados hubiera estado en fusiles y en ametralladoras!», Ossorio Gallardo ‘dixit’. Él mismo recuerda todo esto con repugnancia en su libro ‘La España de mi vida’, diciendo que la maravillosa sede de la institución no debería haberse llamado ‘Palacio de la Sociedad de Naciones’, sino ‘Palacio de la indecencia colectiva’.
Lo más leído