10/02/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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Los dioses griegos, en toda su grandiosidad de panteón olímpico, fueron bastante permisivos con los seres humanos. Se comprende que así fueran, de manga ancha y de mirada hacia otro lado, puesto que conocían las debilidades, las pasiones que alentaban en aquellas criaturas insignificantes que, sin embargo, habían sido capaces de crearlos a imagen y semejanza suya. Por esto, por participar de los mismos vicios que los hombres, los dioses paganos fueron con ellos indulgentes.

La mitología es generosa en ejemplos de dioses cometiendo actos inmorales, pecaminosos, que van desde el asesinato, como cuando Artemis transforma a Acteón en ciervo para que lo devoren sus propios sabuesos, incluso el infanticidio, con Urano devorando a sus hijos, y siguen con la mentira, con Hermes mentiroso dios desde la cuna, continúan con el robo, por no cambiar de Dios, seguimos a Hermes robando las vacas de Apolo, y se enfangan de tal modo en el lodazal del adulterio, que hasta el mismo Zeus fue capaz de tomar forma de toro para conseguir a Europa, raptarla y poseerla. Tan rijoso era.

Lo que no perdonaban y castigaban implacablemente enviando a las Erinias, era la hybris: el pecado del exceso. Y no hay mayor desmesura que la soberbia, la loca pretensión de ser, de creerse más de lo que uno es.

El mayor honor que los romanos concedían a sus generales victoriosos era la celebración de un triunfo. Consistía en la procesión triunfal por las calles de roma, con sus tropas flamantes y sus prisioneros derrotados. El general avanzaba en una cuadriga y un esclavo a su lado sostenía sobre su cabeza una corona de laurel y le repetía: Recuerda que eres sólo un hombre.

Memento mori. Recuerda que has de morir. Todo aquel que peca de soberbia lo hace sin duda porque olvida su condición mortal. La tradición judeocristiana nos la recuerda desde las primeras páginas del Génesis y reserva un día en el calendario para marcar la frente con ceniza y recordarnos que: polvo somos y en polvo nos convertiremos.

No seamos por lo tanto soberbios, no hay mayor estupidez, nuestra condición mortal es un obstáculo insalvable y es un pecado que no tiene perdón.

Y la semana que viene hablaremos de León.
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