La Sequeda, una tierra en la que dice mucho su silencio

Andrés Martínez Oria, profesor y escritor, nos descubre una comarca muy cercana y bastante desconocida, La Sequeda, un lugar donde habla el silencio y aún huele a Panero

Fulgencio Fernández
22/03/2021
 Actualizado a 22/03/2021
Bustos, un paisaje y un pueblo típicos de la comarca que nos propone visitar Andrés Martínez Oria, la cerca y desconocida tierra de la Sequeda. | ANDRÉS M. ORIA
Bustos, un paisaje y un pueblo típicos de la comarca que nos propone visitar Andrés Martínez Oria, la cerca y desconocida tierra de la Sequeda. | ANDRÉS M. ORIA
Andrés Martínez Oria es uno de esos regalos que nos llegan del mundo de la Educación que nos hacen pensar en qué buenas manos estuvieron nuestros bachilleres. En las de gente como él o Tomás Sánchez Santiago, llegado desde Zamora, o José Luis Puerto, natural de Salamanca por citar los fichajes aunque Oria, nacido en Salamanca, es leonés de Astorga, reciente pregonero de su Semana Santa, Crónista de Valderrey y escritor tardío que nos ha regalado en alguno de sus libros un viaje por tierras cercanas, como la Sequeda de ‘Flores de malva’ o la Cabrera de ‘Flores de hinojo’, por citar el último y uno que fue un feliz hallazgo en la mejor literatura de viajes, un singular recorrido de un solo día que pocas veces deja tantas historias y personas, porque para Andrés M. Oria las personas son fundamentales. También en la literatura.

El regalo de la enseñanza a la literatura fue tardío pero intenso. El propio Oria reconoce que « el profesor ha anulado al creador; el profesor que ejerce como crítico ha ido desechando (esto no, esto no...). Y esa es una de las razones de mi tardía publicación». Por suerte la entrega fue intensa y todos sus libros merecen una lectura atenta, en todos hay un gran descubrimiento y, al margen de los citados, me atrevería a hablar de Jardín perdido, por la especial relación que el autor mantiene con Leopoldo Panero y su mundo, a quien ‘roba’ una expresión sobre su manera de ver la escritura. «Decía Leopoldo Panero que la poesía, si no es verdad, no es nada. Pienso exactamente lo mismo, pero yo diría en vez de la poesía, mejor además de la poesía, que la novela, que la literatura, si no es verdad no es nada».Flores de malva- ¿Dónde nos llevas Andrés?- Aunque me pides un lugar os propongo una comarca, la Sequeda, tan cercana. En mi libro dedicado a ella —Flores de malva— se recorre en un día. - Vamos, ¿qué te lleva a elegirla?- No era mi tierra, pero la hice mía enFlores de malva y ya no se me puede ir de las manos ni de la cabeza. Voy allí cuando lo necesito. Que es casi todos los días. A veces, solo a ver posados en los postes los aguiluchos que le comían los pollos a Rosalina, la última moradora de Tejadinos.Y nos regala Andrés M. Oria un perfil del lugar, nacido de su precisa pluma. «Entre encinas escuálidas y tapices de verde, de los últimos sembrados,aún queda algo del viejo Val de Rege medieval, este Valderrey que ha entrado con la cara remozada en el siglo XXI. Queda la iglesia en un alto, con sus olivos venerados en estas tierras, y desde aquí se alcanza a ver la pequeña comarca a cuyo ayuntamiento da nombre. La iglesia de Matanza, a contraluz en el tranquilo atardecer de marzo; a lo lejos, el lomazo desvaído del Teleno. Tejadinos, Penilla, Curillas casi a mano. El caserío de Tejados al arrimo de la Cuesta. Y Bustos, de blanco, con ese monte detrás, la Mesa de Bustos, que quisieron hacer observatorio un día».- ¿Qué te enganchó a ella?- Su silencio. Lomucho que dice su silencio. Y para Oria es importante la huella de Panero, uno de los personajes a los que ha dedicado tiempo y pasión. «Entre las encinas, para la parte de Castrillo de las Piedras, estuvo un día el rincón predilecto de Panero, la finca del Monte, donde escribió, amó, bebió y murió. Lo que de una u otra forma hacemos todos».

Volvió a recorrer Martínez Oria estas tierras y nos va desgranando su recorrido, fijando su mirada... «Y a la espalda de Valderrey, tras el monte, Cuevas. Un caserío encantado y un puente de traza medieval, el de Valimbre, por donde debió de pasar tiempo ha una calzada romana. Por entre el polvo y las encinas aparecen de pronto los pendones, cuando traen de su santuario la virgen del Castro. Para que llueva. Y llueve, aseguran con fe los hombres del campo. Me gusta esta torre de Valderrey porque se asoma al mundo pequeño de aquí, y el pórtico de la iglesia de Cuevas, para venir a pensar junto a su olivo solitario. Es tan melancólico esto, al atardecer. Pocos rincones tan bellos y evocadores».

El paseo de la mano del profesor que abrió la puerta al escritor llega a su fin. Andrés Martínez Oria nos ha regalado el aroma de Flores de malva y él también lo ha disfrutado. «He vuelto hoy, para escribir estas líneas, y me he quedado viendo el agua crecida del Turienzo y la sombra huidiza de dos garzas, tras de las peñas».

Con ellas nos deja.
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