15/10/2019
 Actualizado a 15/10/2019
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Cuando escribimos estas líneas, el domingo, alguien se ha ido de la lengua y nos hemos enterado de que los políticos presos catalanes han sido condenados por sedición y malversación, que no por rebelión, lo cual significa que tendrán menos años de cárcel. Probablemente este adelanto de la noticia sea calculado para que así cuando se lea oficialmente la sentencia ya no sea una sorpresa brusca y se vaya enfriando el ambiente. Por otra parte, dicen los entendidos que se dan todas las circunstancias para hablar de rebelión, pero parece que en aras de la paz se ha buscado una solución salomónica, más política que jurídica, para que no sean tantos de cárcel. La cárcel no se la podemos desear a nadie.

Pero, claro, la ley es la ley, y en este caso lo que han hecho es muy grave. En ninguna nación del mundo ante conductas como las que nos ocupan andarían con paños calientes. Se supone que los ahora condenados deberían ser conscientes de las consecuencias de sus actos. Y si, sabiéndolo, decidieron seguir adelante con sus propósitos golpistas, tendrán que asumir el caro precio con que lo han de pagar. No se trata de que no puedan opinar como deseen respecto a sus deseos de independencia ni de que no puedan tratar de conseguirla mediante procedimientos acordes con la legalidad, sino de que no se puede consentir que ellos y sus inductores actúen por la tremenda.

No obstante, sin tratar de imponer nuestra opinión, pensamos que en la base de todo este movimiento independentista hay algunas cosas que no parecen precisamente muy aceptables:

– Da la impresión que se está luchando por la independencia de una región para liberarse de la justicia del Estado y tener un poder judicial propio que encubra los descarados casos de corrupción de muchos de sus dirigentes.

– No parece admisible que por el hecho de que la lengua de una región tenga unas características y variaciones que la hacen diferente de la lengua oficial de todo el Estado se justifique que haya que romper o creerse superiores.

– Si una región es más rica que otras no ha de ser un pretexto para la insolidaridad. Según ese criterio los ricos tienen derecho a serlo a costa de los pobres. En un mundo como el nuestro lo normal no es fragmentarse, sino más bien unirse.

– Si todos somos iguales ante la ley, no debería haber privilegios para quienes la incumplen gravemente y, además, no demuestran arrepentimiento.

– Si ni siquiera el Reino de León con las Cortes más antiguas de Europa pide la independencia, mucho menos otros con la historia en contra.
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