26/05/2018
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
Estamos en los días de la selectividad. La primera semana de junio en toda España se vive esta prueba. En torno a los miles de alumnos que se examinan tenemos otros tantos miles de familias que viven pendientes de los resultados. Es un momento muy importante en la vida de estos jóvenes. Ellos lo saben y son conscientes de la transcendencia de estos exámenes. Esta es la causa de su excitación, insomnio, inquietud y nervios.

Conozco bien, y desde dentro, la problemática de esta prueba para la que he preparado a muchos alumnos, he participado muchos años en los tribunales y durante quince años he formado parte de la COPAEU, comisión que vela por el buen funcionamiento y la perfecta organización de la selectividad. Puedo asegurar que la única preocupación de esta comisión y de los tribunales de selectividad, en los que participé, siempre fue la equidad, la limpieza y la justicia. No hay ninguna duda sobre la imparcialidad y el buen funcionamiento de esta prueba. De esta probidad son plenamente conscientes los alumnos. Ellos están seguros de la seriedad de este examen y por eso le dan tanta importancia. Lo que más les preocupa es el riesgo de no conseguir la plaza en una universidad que les posibilite ejercer la profesión deseada. Ellos están nerviosos y este nerviosismo se contagia a toda la familia. Sin embargo es conveniente mantener la calma de los alumnos para no bajar demasiado el rendimiento.Lo que más altera la tranquilidad de los estudiantes es el caos y la inseguridad y en los dos últimos años, dada la transitoriedad y el desconcierto en la aplicación de la selectividad, estos “pobres muchachos” están pagando las consecuencias de la confusión y el desgobierno. Es terrible empezar a estudiar bachillerato sin tener las ideas claras de cómo va a ser el examen en el que se están jugando el futuro.

Pero hay algo más preocupante en la selectividad actual: la injusticia brutal motivada por la desigualdad de exigencia y corrección en las distintas autonomías. Esta brecha abierta es aún más chocante cuando vemos que las mejores notas en selectividad en Canarias, Extremadura o Murcia coinciden con los peores resultados en el Informe PISA. Y a la inversa, las peores notas en selectividad se las lleva Castilla y León que consigue los mejores resultados en PISA. ¡Vaya burla!Un alumno de Cáceres tiene más posibilidades que uno de León para conseguir una plaza en la Facultad de Medicina de Salamanca.

La única solución a esta clara injusticia es una “prueba única” en España. Para eso se tienen que poner de acuerdo todas las autonomías y por ahora esto parece difícil. Sirva de botón de muestra la gran diferencia entre autonomías en las tasas de inscripción para la selectividad. ¡Una vergüenza! Un alumno de Castilla-La Mancha que se matricula en 2018 en la fase general y dos asignaturas específicas deberá pagar 74.37€, mientras uno de Aragón con la misma matrícula tendrá que pagar 185.98€. Las demás autonomías están en medio, repartidas sin ninguna coincidencia. En Castilla y León 127.34€. Las diferencias son abismales.Si las autonomías no son capaces de ponerse de acuerdo en algo tan simple, ¿cómo se van a poner de acuerdo en un examen único?

Nuestra autonomía de Castilla y León se toma en serio la educación y es rigurosa en esta prueba. Así debe ser. Pero cuando te das cuenta de que te están birlando las plazas más codiciadas es duro mantener “el quijotismo” y te ronda la tentación de aplicar la teoría de “mariquita el último” y sálvese quien pueda. Por eso es irremediable y necesario que llegue el ansiado pacto educativo de estado que lo solucione, ya que estas diferencias e injusticias pueden provocar una guerra entre Comunidades.
Lo más leído