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La Sala Clamores, el último reducto

02/10/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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Alguno de mis lectores me ha dejado entrever que soy demasiado autobiográfico en el contenido de esta tribuna y que estaría bien alguna columna dedicada, por ejemplo, a la política provincial. Y, ya puestos, que sea más crítico y menos complaciente con todo lo que me rodea, incluidos los personajes sobre los que escribo. Desgraciadamente, basta que me digan una cosa para hacer justamente lo contrario, aunque, viniendo de ustedes, haré una excepción y me lo pensaré para la próxima. A lo largo de mi vida he habitado en una decena de barrios repartidos por distintas ciudades. El último de todos se llama Chamberí, nombrado así por las tropas de Napoleón durante el asedio que retrató Goya de manera magistral. Limita al norte con la inmigración latina, al este con familias pijas, al sur con negocios ‘hipsters’ y al oeste con los desencantados universitarios. Me gusta este distrito porque mantiene un punto castizo en barras, balcones y mercados. Por si fuera poco y en plena canícula, mis vecinos sacan en procesión a la Virgen del Carmen, montan una buena verbena y bailan chotis sin parar. Aquella tarde de verano, con las calles casi vacías y asfixiados por el calor, decidimos acercarnos a un templete que hace más de doscientos años era el centro de un campamento gabacho y que este 8 de julio servía de escenario para un peculiar pregón. Allí congregados, con la reina Carmena ausente, el bufón de Carmona presente y la malvada Botella en mente, se rindió un tributo de esos que nunca veremos en León, pues eran Germán Pérez y Ángel Viejo, dos cazurros ilustres, los homenajeados por el pueblo de Madrid. Ambos regentan desde 1982 la Sala Clamores, uno de los últimos reductos con música en directo que sobreviven tras ‘La Movida’, esa época de nuestra historia reciente que no se explica en las escuelas pero que tanto nos ha marcado, aunque a muchos les joda. La primera vez que bajé las escaleras hacia este templo del jazz lo hice guiado por los hermanos Arregui, Mikel y Javi, mis viejos amigos de correrías y devotos de Jerry González, un trompetista neoyorquino de raíces puertorriqueñas afincado en esta urbe tan canalla que es la capital de España. Ahora que no trasnocho porque madrugo más de la cuenta, veo todos los días, camino de la oficina, el cartel luminoso de la Sala Clamores en la calle Alburquerque y me acuerdo de Germán Pérez, un tipo de Alija del Infantado que de haber nacido en Estados Unidos ya tendría una estrella en el Paseo de la Fama y varios premios Grammy repartidos por su mansión.
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