19/06/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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Los que hemos vivido en tiempos anteriores al período democrático, más todos los años de la transición y de la democracia hasta el presente, nos sentimos privilegiados porque la experiencia vivida nos permite valorar mejor el momento actual. Disfrutamos de una auténtica memoria histórica. Cualquier tiempo pasado fue mejor, pero tampoco el presente lo es. Digamos que es manifiestamente mejorable en muchos ámbitos de la vida. Por eso no es extraño que se echen en falta, o que nos parezcan urgentes, dos elementos tan importantes como son la sal y la luz.

Más de uno se preguntará a qué viene todo esto. Pues bien, la sal es un elemento que sirve para dar buen gusto a las comidas, pero que también ha tenido mucha importancia para preservar determinados alimentos de la corrupción. La luz, o la falta de luz, todos sabemos lo que significa a la hora de contemplar la realidad.

Hoy día la corrupción va mucho más allá de los casos aireados y conocidos, especialmente referidos a la clase política o empresarial. En cuanto al mal gusto con el que a veces se desarrolla la vida en nuestro mundo, es cada vez más urgente esa sal que venga a poner remedio. Ciertamente no estamos hablando del cloruro sódico, sino que lo hacemos en el sentido que le daba Jesucristo cuando dijo a los discípulos: «vosotros sois la sal de la tierra».

En cuanto a la luz, somos conscientes de que hay muchas formas de ver la realidad y que no todas son acertadas. Más que nunca hace falta iluminar la realidad presente de tal forma que nada tenga que ver con la mentira, la confusión y las verdades a medias que tanto nos invaden. También el Evangelio señala una pista, pensando en los fieles discípulos de Jesús: «vosotros sois la luz del mundo».

Mirando al pasado hemos de reconocer con gratitud que ha habido muchas personas que han sido para nosotros verdadera sal de la tierra y luz del mundo. Pensemos en nuestros padres, abuelos, maestros, sacerdotes, políticos competentes, profesionales honrados y serios… Y podemos asegurar que ha tenido un enorme peso en ello su condición de cristianos.

Pero no podemos quedarnos anclados mirando al pasado con nostalgia. Hay que mirar al futuro con ilusión y esperanza, sin dejar de considerar como totalmente válidos y actuales los valores evangélicos, aunque algunos los ignoren o desprecien y a otros les de vergüenza manifestarlos. La lectura reposada de la carta pastoral de Don Juan Antonio, Obispo de Astorga, bajo el título ‘Vosotros sois la sal y la luz del mundo’ nos será de enorme utilidad.
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