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La ruta del despilfarro

16/01/2015
 Actualizado a 11/09/2019
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Sabíamos que en cuestión de inversiones públicas de todo tipo se había seguido una política de despropósitos más propia de nuevos ricos que de otra cosa.

Sabíamos de edificios cerrados, aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches y vías sin trenes.

Pero lo de esta provincia abre otra ventana. Y la abre para mal. Una docenica de asuntillos. Una docenica de edificios abandonados a su suerte. Y seguro que hay más. Y solo en León. ¿Cuál será la situación en todo el país? No quiero ni pensarlo.

Esparcidos por la provincia. Regando millones para mayor gloria de la cultura, se dice, del bienestar social, se dice. Edificios señalados, arquitectónicamente diferentes. Si son buenos o malos me lo guardo, pues, en su mayoría, no los conozco en profundidad. En realidad, muchos de ellos, ni en profundidad ni en nada, pues no sabía ni que existieran, posiblemente por sus destinos un tanto chuscos.

Cabe preguntarse entonces qué es lo que ha pasado. Qué ha sucedido para llegar a esta situación.

Si aplicamos un poco de racionalidad, el nacimiento de cualquier edificio ha de responder a dos condiciones: Su necesidad y su viabilidad de funcionamiento.

Las personas y sus necesidades precisan de una envoltura y cobijo, entendiendo por necesidades no solamente el espacio para habitar sino también servicios y ayudas de todo tipo. Es el proceso natural y es lo que ha movido el desarrollo de la humanidad a lo largo de la historia. La necesidad crea el órgano, es la ley de la evolución y es aplicable en muchos ámbitos, por no decir todos.

Un análisis de esas necesidades determina qué ha de hacerse y, desde ahí, desarrollar la futura edificación.

Hasta aquí todo es correcto y racional. Lo malo es cuando a la sombra de esas necesidades, y más cuando vamos ‘sobrados’, se generan cuerpos adheridos, extraños, superfluos o innecesarios como resultado del oportunismo en unos casos, de la ineptitud en otros, o de ambos a la vez.

Pero, además, ha de contarse con su viabilidad, porque la vida de un edificio, que se calcula para cien años, implica su mantenimiento. Y si en el apartado primero se dan todo tipo de tropelías y autoconvencimientos, en este segundo la cosa es muchísimo más grave, porque, en general, ni se plantea. Tengamos el órgano y luego ya veremos.

Veamos la lista de los edificios de la ‘ruta’. ¿Era necesario el Centro del Clima en La Vid, el Museo del Fósil en Matallana, el Mirador de la Condesa en Valencia de Don Juan, el Cazario de La Baña, por ejemplo? No parece, aunque, seguro que a alguno sí que le parecerá imprescindible. De hecho, alguno había, porque se hizo.

Pero en todo caso esta segunda condición de viabilidad, aquí y ahora, es evidente que no está, ni se la espera. Un montón de metros cuadrados parados y deteriorándose como se deterioran todo lo que no se usa.

Pero mención aparte merecen alguna de las muestras de la magnificencia en el uso de los fondos públicos.

El Teatro Emperador, que empezó con una rocambolesca historia de cambio por un solar sobre el que se iban a construir oficinas, viviendas, cines, comerciales y aparcamiento, una operación de absolutamente desproporcionada y en la que, además, ni tan siquiera el solar era propiedad municipal.
Pero como no podía quedar la cosa así, se inventó una milonga para dedicarlo a Centro de las Artes Escénicas y Músicas Antiguas, por la que los propietarios se llevaron 4.5 millones de euros, bastante menos, muchísimo menos, de lo que hubiera sido la operación inicial. Eso sin contar que la acústica del Teatro era, y es, no mala, sino peor. Lo propio para dedicarlo a lo que se pretende dedicar.

El Aeropuerto, estupendo, pero desproporcionado, con un único vuelo regular que Dios sabe lo que va a durar, pues Iberia ha anunciado a la familia Serratosa, propietaria de Air Nostrum, que deja de llevar la operativa, además de que la Junta de Castilla y León ya ha hecho pública su decisión de no seguir subvencionando los vuelos en la comunidad. Cierto es que se anuncia una nueva compañía que va a dar vida al aeropuerto. Pues que sea pronto, que sino…

Todo lo anterior, muestra y señal de cómo, entre unos y otros, se ha ido dilapidando el erario, debería servir, al menos, para hacer examen de conciencia y no volver a caer en las mismas.

Pero no, porque, como bien se sabe, solamente el hombre es capaz de tropezar dos veces en la misma piedra.

Tenemos en marcha un Palacio de Congresos y Exposiciones. Ochenta millones de euros de momento, que unidos a los ciento veinte en que se evaluaba el ‘despilfarro’, da un número muy redondo: doscientos.

Claro que esos ochenta ya veremos hasta donde llegan. De ellos, el gobierno ha reiterado el compromiso de sus aportaciones, el 40%, hasta 2018, la Junta, a regañadientes, va poniendo trocitos de su otro 40% y el Ayuntamiento, máximo adalid del proyecto, sin un duro en sus arcas, no sabe ni contesta.

Primera pregunta ¿Es necesario? Muchos opinarán que sería bueno tenerlo. Mejor eso que nada, pues así vendrían gentes por doquier que supondrían algo estupendo. Sí, pero necesario no es. Y no se trata de ser derrotista, sino realista.

No nos engañemos: León no es ciudad de Congresos y Exposiciones, y mucho menos del número y tamaño de los tendrían que celebrarse para simplemente mantenerlo. Y si no, pregúntese a Barcelona, Madrid, Sevilla, Málaga, Valencia o Bilbao, ciudades que sí son de congresos, qué pasa con sus similares Centros.

Y esto contesta la segunda de las preguntas: ¿Es viable? Pues no, sin más consideraciones.

Así que, seguimos y seguiremos, no importa el despilfarro, no importan los ejemplos mostrados el domingo en este periódico, con el agravante de que todos ellos son, comparados con éste, y a excepción del aeropuerto, una minucia.

Pero en fin, pertinaz en el error, de victoria en victoria, conseguiremos llegar a la derrota final.
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