La Royal Opera no tiene miedo a Wagner

Antonio Pappano dirige en Londres el ‘Anillo’ al completo, con la soprano Nina Stemme. 'La valquiria' podrá verse en directo este domingo en Cines Van Gogh

Javier Heras
27/10/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Una imagen del montaje ‘La valquiria’ a cargo de la Royal Opera House. | L.N.C.
Una imagen del montaje ‘La valquiria’ a cargo de la Royal Opera House. | L.N.C.
Para un teatro no existe reto mayor que afrontar el Anillo completo, con sus quince horas de música, sus decenas de personajes, sus escenarios imposibles. La Royal Opera House lo supera con nota. A la batuta, el apasionado y sinfónico Antonio Pappano. En el reparto, la sueca Nina Stemme, impetuosa, exacta en su afinación y fraseo; su compatriota John Lundgren, bajo barítono curtido como Amfortas y el Holandés; o el tenor australiano Stuart Skelton, versado como Parsifal y Tristán en el Metropolitan. Covent Garden repone el montaje de 2005 del veterano Keith Warner (ganador del premio Olivier en 2002 por su Wozzeck), simbólico, despojado y repleto de efectos.

De las cuatro partes, Cines Van Gogh retransmitirá en directo el domingo 28 a las 18:00 horas solo una, la más popular: 'La valquiria'. Cualquiera ha oído su famosa 'Cabalgata' en la publicidad o el cine, por ejemplo en la escena de los helicópteros de 'Apocalypse Now'. Pero ¿quién es la mujer del título? Se trata de Brunilda, una de las nueve hijas del dios supremo Wotan y la madre tierra, guerreras vírgenes que cabalgan por el aire y trasladan a los héroes caídos en batalla hasta el Walhalla (algo así como el Olimpo). No aparece hasta el segundo acto. Antes, conocemos a Sigmundo y Siglinda, vástagos de Wotan y una mortal: hermanos mellizos separados en la infancia, se encuentran de adultos y se enamoran. Su padre lo aprueba, pero su sistema de leyes no permite el incesto, así que encarga a Brunilda que los mate. Lo más interesante es que ella le desobedece: conmovida por el amor libre y apasionado de los humanos, decide protegerlos, aunque eso le cuesta el destierro y la pérdida de la inmortalidad.

'La valquiria', segunda parte de la tetralogía tras el prólogo de 'El oro del Rin', salta de la rígida esfera de los dioses al mundo de los hombres, caóticos, llenos de defectos, pero también de lirismo. El genio de Leipzig (1813-1883), compositor y libretista, indagó durante décadas en las leyendas medievales nórdicas y creó su propia mitología, aderezada con ideas filosóficas de Feuerbach o Nietzsche. Empezó a esbozar el ciclo con 30 años, y lo remató con 61. Logró "la obra más ambiciosa de la civilización occidental", en palabras del musicólogo Deryck Cooke. La presentó al completo en agosto de 1876 en el primer Festival de Bayreuth. Inauguraba su propio teatro a medida, ante emperadores, cancilleres y artistas como Chaikovski o Liszt. Nadie antes había apagado las luces de la sala o escondido a la orquesta en el foso (en un precedente de las bandas sonoras de cine). Él lo revolucionó todo.

No descansó hasta lograr la "obra de arte unificada". Harto de la estructura clásica de números cerrados (arias y recitativos), halló un nuevo modo de vincular la palabra con la música: los 'leitmotive'. Son melodías asociadas a personajes (Brunilda), objetos (la espada), lugares (el Walhalla)… La partitura comenta, aclara hechos que no vemos y hasta revela secretos. Cuando Wotan asegura que solo un héroe liberará a la valquiria, el espectador ya sabe que será Sigfrido; ni siquiera ha nacido, pero ya escuchamos su motivo conductor. Por si fuera poco, los motivos se enlazan entre sí en una admirable "melodía infinita" y continua. Se moldean, mezclan, cambian de tono, de registro… casi podemos seguirlos como un juego en el que la atención nunca disminuye.

140 años después, Wagner impone. Sus parrafadas en alemán, su losa ideológica (culpa de la mala interpretación de los nazis) y hasta el propio personaje (ególatra, antisemita). Pero, como dice el cómico inglés Stephen Fry, "démosle una oportunidad a su música, no permitamos que otros nos la roben". Al oírla nos asaltan sensaciones primarias, un efecto que nace de los temas del texto (tan intemporales como la envidia, el amor, el poder) y sobre todo de la inmensa orquesta. Más protagonista que nunca, obligó a que surgiese un nuevo tipo de voz, la dramática, capaz de hacerse oír por encima de tal volumen.
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