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La Ronda secreta de la procesión de Los Pasos

06/03/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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En la anochecida de Jueves Santo, concluidos los actos procesionales de la jornada, toma cuerpo en la ciudad –una vez que el muy leonés reloj de la S.I. Catedral anuncia las doce en punto de la noche– la inmemorial Ronda de la cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno. Después del rezo de un emotivo y piadoso Padre Nuestro, la esquila, el clarín y el tambor inauguran el llamado Día de la Cruz, el esperado Viernes Santo de la sangre, frente al antiguo Ayuntamiento de la plaza de San Marcelo. 

Concluidos los cuatro toques preceptivos, enmudecido el clarín y silenciada la rebelde esquila anunciadora, se escucha el último y patibulario redoble. A continuación, el canto inmenso de una voz templada y larga traspasa –hace pedazos– el espeso y oscuro silencio con el tradicional y conocido "levantaos hermanitos de Jesús, que ya es hora". Es la llamada íntima a los papones de la túnica negra y el emblema morado para que, a la amanecida, aún con las estrellas flotando sobre las invisibles aguas del firmamento, asistan a la procesión de Los Pasos. 

Desde allí, dejando a su espalda al viejo Consistorio como primer testigo, la Ronda proseguirá su periplo anual visitando el Palacio Episcopal, la Diputación, la Subdelegación de la Defensa y la Subdelegación del Gobierno. Por último, llevará al abad de la cofradía hasta su domicilio, donde, en expresión costumbrista, quedará ‘encerrado’ hasta el inicio del cortejo pasional. Volverán a buscarle antes del alba para acompañarlo hasta la iglesia de Santa Nonia y presidir la procesión. 

Esta es la Ronda oficial. La más conocida. Luego, desde la residencia del vice abad como punto de partida, comenzará la ‘otra’, la llamada Ronda nocturna, que recorre la ciudad hasta la hora de salida de Los Pasos. El pasado año, Roberto Bernaldo de Quirós, integrante de ella, la narraría con precisión, detalle y cariño en la revista que, por Semana Santa, edita la cofradía.

A las siete de la mañana los papones de Jesús hierven en Santa Nonia. Está a punto de comenzar el cortejo con su ‘Ruta de los Cuatro Conventos’ –todos femeninos– por el casco antiguo de la capital leonesa. Antes, la Ronda –ahora ya es otra y no hay voz– espera a la puerta de la antañona iglesia –llamada capilla– la salida del Nazareno a hombros de sus braceros. Es un momento de contrastada emoción. Sus tres integrantes interpretarán el toque de ronda –el primero y oficial del camino procesional– cuando aquel que será martirizado en el Gólgota, en la hora nona, muestre su entristecido rostro a la calle. Y se hará la primera reverencia, la inclinación de cabeza, que se repetirá en cada toque durante el transcurso de la vía dolorosa leonesa. El encargo se ha cumplido. Comienza el difícil peregrinaje de Los Pasos, la procesión de los hermanitos de Jesús. 

El segundo de los toques previstos se producirá a la entrada de la calle del Hospicio, debajo de la, en esos momentos imaginaria por desaparecida, Puerta Gallega. La procesión se adentra así en la ciudad, dejando atrás, extramuros, el convento capuchino de San Francisco el Real. Después, cumplido este caminar primario, se alcanzará la cruz urbana conocida por los parroquianos del genuino barrio del Mercado como ‘las cuatro calles’ –la propia Hospicio, Puerta Moneda, Escurial y la de Herreros–, donde los miembros de la Ronda, al repetir el anuncio, se girarán hacia la izquierda, hacia Herreros, para saludar y dar los buenos días a la Virgen del Mercado, a la Virgen de las Tristezas, a la Morenica, en palabras sentidas del cronista de la ciudad, Máximo Cayón Waldaliso; también, la Virgen Guapa. En definitiva, a la Virgen de León.

Siguiendo el trayecto y cumplido el de Escurial, la Ronda se asoma a la plaza de Santa María del Camino o, para los leoneses, plaza del Grano. A la altura del crucero que descubre el lugar donde se apareció María la del Mercado un 9 de febrero del año 566, de nuevo sonará la esquila, el clarín y el tambor. Es el cuarto toque. Superada la plaza, a los pies de la cuesta y junto a la puerta de la iglesia de las benedictinas monjitas Carbajalas –primero de los cuatro conventos de la Ruta– se escuchará, una vez más, a la Ronda. Continuará adentrándose después, pisando de tacón, por Los Castañones, y en la mítica Santa Cruz se producirá un nuevo y amargo toque. El sexto. No será hasta la entrada de la plaza Mayor donde, de nuevo, la Ronda renueve su dolorido anuncio en honor de cuantos leoneses quieren testificar, con su presencia, el emotivo acto del encuentro de San Juan y la Dolorosa. 

Finalizada la representación, la Ronda volverá a ratificar su presencia al final de la calle Mariano Domínguez Berrueta, uno de los pórticos desde donde, como un milagro, se eleva al cielo la gótica catedral de Santa María. Aquí habrá otro toque, que se repetirá, luego, frente a las torres del monumental templo. 

Los siguientes se producirán al principio de Cardenal Landázuri, muy cerca del Hospital de Nuestra Señora de Regla, y, de igual forma, al final de la misma calle donde se asienta la bendita casa cenobial de las Clarisas –segundo de los cuatro conventos–, «quienes siempre, en silencio, han sabido y querido servir a la cofradía de Jesús Nazareno con sus continuados desvelos y humildes manos». Después, la Ronda volverá a oírse en Puerta Castillo, junto a la que fuera casa del inolvidable escultor nacido en Santoña y leonés convencido, Víctor de los Ríos. El definitivo toque de la primera parte de la procesión –se celebra un descanso de una hora, aproximadamente– se producirá en la puerta del patio de Santo Martino, en la plaza de igual nombre, detrás de la basílica de San Isidoro. 

A las doce del mediodía da comienzo el siguiente tramo procesional por la calle Sacramento. El románico refugio del santo sevillano Isidoro –aunque nacido en Cartagena– es a quien la Ronda rinde homenaje. En suma, lo dedica al sagrado recinto, al propio obispo hispalense y, naturalmente, al abad y canónigos isidorianos. Unos metros más allá, donde luce el bautizado Jardín del Cid –también llamado romántico en el conocimiento popular–, en el lugar en que se levantara el convento de la Encarnación de las Agustinas Recoletas –el tercer convento de la Ruta y, más tarde, el cuartel del desaparecido Regimiento de Infantería Burgos 36– la esquila marcará un nuevo toque. 

A la entrada de la calle Ancha, en la confluencia con la de El Cid, la Ronda anunciará que llega la procesión. En días soleados, este enclave es uno de los más destacados para presenciar el cortejo si el espectador se sitúa enfrente, en la calle Regidores. El contraste de las sombras con la luminosidad solar resulta espectacular. Bellísimo. Quienes lo saben –y ya son muchos– siempre eligen este punto para ver pasar el desfile penitencial.

El próximo destino de la Ronda será el Cristo de la Victoria y su oratorio en la propia calle Ancha. Los responsables de la esquila, el clarín y el tambor se girarán a la izquierda para enfrentarse a la pétrea y santificada fachada. Concluido el entrañable toque y la reverencia al crucificado, el abad de la cofradía –arropado por su familia– esperará a la Ronda un poco más allá. Es lo habitual. Allí, cercano a La Rúa, junto a la gente que contempla la representación evangélica, será el receptor de un toque especial. Es el primer hermano –el representante– de la cofradía y disfruta de tal honor. Cuando el tambor concluye su destemplado redoble, el abad, emocionado, se funde en un abrazo con los tres papones de la Ronda. 

Los siguientes toques se efectuarán, primero, junto a la iglesia de San Marcelo, patrón de la ciudad; a continuación, en la plaza de Santo Domingo –donde también tuvieran su residencia las religiosas Recoletas en los últimos años del siglo XIX y hasta mediados de la sexta década del siglo XX–, y, más tarde, en la plaza de San Marcelo, en homenaje a la ciudad y a su Ayuntamiento. Desde hace unos años, se ha incorporado un nuevo toque al Cristo de los Balderas, de la cofradía de Las Siete Palabras, que, arropado por sus cofrades, sale, sobre andas, al encuentro de La Ronda.

Se emboca la calle del Teatro. En adelante no se producirán nuevos toques hasta la plaza de las Concepciones –final de la Ruta de los Cuatro Conventos– en que se reproducirán los sonidos a las queridas e inmaculadas monjitas de azul. Concluirá la Ronda, en Santa Nonia, recibiendo a los pasos de la procesión con una señalada y destacada interpretación de la esquila, el clarín y el tambor para rendir pleitesía al Nazareno.

Estos son los toques oficiales de la Ronda en el desfile de Los Pasos. Se dan varios otros –nunca representativos– durante el largo recorrido por aquello de proclamar el anuncio de lo que llega por detrás: la procesión. La Ronda ‘secreta’, por ello, tiene vida propia desde tiempo inmemorial.
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