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La rodilla mágica de Diego Costa

24/06/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Andamos que perdemos el sentido común, y hasta la siesta veraniega, con esto del Mundial de fútbol y conlos triquitraques (que no tiqui-taca) de la selección. No sé si estamos actualizando el ‘panem et circenses’ romano (Gastronomía y orquesta Panorama incluidos), pero casi. Si fuera así, se nos van a segundo plano los quita–y–pon políticos, las rupturas con la Corona, la zozobra de si conviene ahora el debate sobre el estado de la Nación, los siete magníficos (y magníficas) del PP, la x de la Iglesia en el IRPF, el borrador de ley sobre la eutanasia y hasta la libertad de la ‘Manada’ (¿con mayúscula? ¡Dios santo!). La Roja (¡lagarto, lagarto!) se las prometía muy felices y nosotros con ella. Por eso de las victorias y los títulos. Pero… al día de hoy como que miramos hacia otro lado para disimular el ramalazo de recelo que nos embarga, gracias al buen juego de Marruecos y a pesar de la rodilla mágica de Diego Costa.

Pero también, y así habría de ser primordialmente, deberíamos vivir y mostrar algún grado de interés por los valores que encarna y manifiesta el deporte, que hay quien dice que es la más alta muestra de cultura en una sociedad civilizada. Sea.

Por si alguien quisiera ampliar perspectiva y enriquecer juicio, sepa que recientemente el organismo (Dicasterio) vaticano para los Laicos, la Familia y la Vida ha publicado un documento magnífico (y también sorprendente) sobre el deporte y la vida humana: «Dar lo mejor de uno mismo», frase tomada de las enseñanzas del papa Francisco. Cuando este lo conoció, se remangó y escribió una carta el presidente de ese Órgano de la Curia, el cardenal irlandés Kevin Farrel. En esas letras subraya el Papa que el deporte es lugar de encuentro, catalizador de experiencias de comunidad, de familia humana. «¡Los grandes objetivos, en el deporte como en la vida, los logramos juntos, en equipo!». Y es vehículo de formación para el desarrollo integral de la persona: el deportista encarna la generosidad, la humildad, el sacrificio, la constancia y la alegría, el espíritu de equipo, el respeto, la competitividad y la solidaridad con los otros. Y, para el creyente, es además medio de misión y santificación; ayuda a llevar con alegría la Buena Noticia a los demás y, por ser fuente de valores y virtudes que nos ayudan a mejorar como personas, es cauce que conduce hacia la plenitud de vida que llamamos santidad. Hasta aquí el Papa. Más en el documento citado. Lectura obligada para quien quiera ir más allá de si el VAR dijo o dejó de decir.
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