09/12/2021
 Actualizado a 09/12/2021
Guardar
Leía ayer en este mismo espacio cómo la tía Teresa describía con nostalgia las acogedoras cocinas de nuestros pueblos y la entrañable dureza de esos abuelos a los que tanto debemos. De su partida nace en muchas ocasiones la sangría demográfica, porque a muchos nos merman las ganas de ir al pueblo cuando llegamos y la casa está cerrada y fría, cuando ya no sale nadie a esperarnos al corral con la rodea al hombro o entre las manos, cuando no queda nadie que nos saque la corra de chorizo y la hogaza de pan.

Es el mayor vacío que sufre nuestro medio rural, el de la ausencia de quienes lo levantaron sin que los que venimos detrás tengamos huevos a preservar su legado por mucho que nos llenemos la bocona con frases en defensa de los pueblos mientras criticamos a los gestores de la cosa pública.

Porque es verdad que ellos utilizan el texto constitucional como una rodea, que lo mismo sirve para agarrar una cazuela ardiendo que para secarse las manos o limpiarse las foceras. Es cierto que la siguen al pie de la letra cuando les interesa, como a la hora de intentar controlar a los jueces, pero al mismo tiempo se la pasan por el arco del triunfo en lo tocante a que todos tenemos los mismos derechos con independencia de que residamos en Ordoño o en el paraíso redipollejo. Y así va a seguir siendo pese a todas las buenas palabras y los pomposos anuncios de planes e inversiones que emanan de manera recurrente desde los enmoquetados despachos de tierras madrileñas y vallisoletanas.

Por eso han surgido plataformas sociales que quieren ser la voz de los pueblos y por eso los que avistan gaviotas o empuñan rosas se apresuran a intentar desactivarlas, porque en realidad no quieren resolver el problema, sino mantener sus votos. No se puede confiar en ellos, pero debemos tener en cuenta en todo caso que los pueblos –quienes viven en ellos o enterramos allí nuestras raíces pero no nos atrevemos a cambiar de vida por mucho que nos apetezca– deben ser los primeros en pelear por su futuro, elegir como alcaldes a los mejores –no a quienes agachen la cabeza ante sus superiores– y no dejar nunca que les traten como si fuesen una rodea.
Lo más leído