La revolución de la vida real

Quinta parada del viaje de un "hijo de León como Walt Whitman de Manhattan" con el propósito de ir recuperando a su paso la menospreciada y a la vez tan necesaria vida de barrio

Rafael Gallego
30/08/2022
 Actualizado a 30/08/2022
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Bueno, ya han pasado cinco semanas desde que comenzáramos este viaje, y si las cosas han ido por su sitio y habéis testado alguna de estas teorías locas en vuestras propias carnes, ya deberíais haber abierto algún pequeño salón en vuestros barrios, incluso, por qué no, haber convertido los parques en plazas de pueblo, es más, puede que hasta los más osados hayan podido abrir algún pasillo que conecte con otros barrios...Sí, mi naturaleza también es optimista.

Soy consciente de que el camino que ahora quiero plantear no va a ser fácil, pero somos de barrio, o solo estamos en él. Propongo entonces alejarnos un mucho de la maquinita para acercarnos un poco más a las tiendas. Sé que la comodidad que da poder tenerlo todo en la punta del dedo es un enemigo difícil de batir, pero también sé que, si se consigue, la recompensa será la vida, nuestra vida, esa que pasa justo delante de la pantalla, y puede que haya llegado el momento de dejar de ser polillas, siempre buscando la luz, para transformarnos en personas, y ser la propia la luz.

Quizá sea que nací en la década de los setenta y mi crianza es de otro siglo, que me cuesta comprender este nuevo mundo. Quizá sea que valoro tanto la libertad que no quiero atarme a cadenas virtuales, y no tengo redes sociales. Quizá sea la politoxicomanía de lo legal y de casi todo lo ilegal que entiendo perfectamente la adición. Quizá sea que ya os he dicho dónde me queda mi psicólogo, y sienta la necesidad de que alguien me escuche. Quizá sea todas estas cosas, o no, que busco la interacción con otras personas, porque creo que, a partir de ahí, es donde empieza la aventura.

Quinta parada

Uno de los primeros viajes que hice solo fue a Cuba, hace muchos años, cuando todavía no existían estas plataformas de alojamiento, que no voy a negarlo, facilitan la vida del viajero, aunque también le quitan una parte importante de la magia al viaje.

Siendo de mi barrio, no sé de otros, he de decir que, si uno pretende pasar una larga temporada en un país, tiene que saber vivir con menos, y el aprender a buscarse la vida, sin ser un costra, debe formar parte del ADN, nuestro presupuesto suele ser limitado. En base a esto, a través de unos amigos del barrio, de dónde si no, conseguí alojamiento en una casa particular en La Habana, concretamente en el barrio de Luyanó. Para llegar a ella tuve que preguntar mucho, pero mucho, mucho, y cada respuesta que recibía me conducía a calles cada vez más postapocalípticas, de asfalto como reliquia de otra época, de casas a medio construir, de paredes desconchadas, de algún plástico por tejado, señales que, del mundo del que venía, sólo indicaban peligro.

La última persona a la que pregunte tenía la piel envejecida por el sol, e iba vestida con unos pantalones raídos por el tiempo y una camiseta de tirantes que había dejado de ser blanca hacía al menos dos temporadas. Me situó delante de una reja que conducía a un estrecho corredor en el que supuestamente estaba mi habitáculo, y con un leve empujón me invitó a cruzarla. A ambos lados del corredor, lo ya visto, casas a medio construir, paredes desconchadas... Recuerdo mirar atrás y ver mi susto tras la reja, el cabrón no había tenido el valor de acompañarme.

El estrecho corredor se abría un poco al final, como formando una pequeña plaza, y en ella había un grupo de personas discutiendo acaloradamente. Según me iba acercando las voces cada vez eran más claras, y la razón de la disputa me dejó loco. Había dos bandos claramente posicionados, los que estaban a favor del sí y los que estaban a favor del no, y no discutían por dinero, o por territorio, tampoco por si robar o no al pringao que había osado cruzar la reja, era por si la expresión «mas sin en cambio» era correcta, o no... Insisto: me quedé loco.

Pasé veintiún días en ese habitáculo, y en ninguna otra parte hablé tanto de libros, de música o de arte como allí. El escenario no parecía propicio para ello, pero en Cuba la pobreza y la cultura pueden caminar juntas de la mano, algo de lo que sólo ellos pueden presumir.

Pasé veintiún días en ese habitáculo donde el pequeño Randy, ahora ya un hombre, un gran hombre, soñaba con ser algún día un gran jugador de baseball, sueños de niño.

Pasé veintiún días en ese habitáculo donde cada uno de esos vecinos que moraban tras la reja fueron como ese dominó o esas cartas que habitan en nuestros bares, ese pegamento alrededor del cual otros vamos juntando nuestras vidas con el único deseo oculto de compartir. Imposible escapar de ellos, y así todo es mucho más fácil...
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