06/04/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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Después de Semana Santa, lo que urge es consagrar la primavera. Rescatar el sol y el viento limpio. Desprenderse de los últimos jirones del sudario del invierno. Resucitar. En las esquinas de abril se mueve el musgo como un animal extraño entre las grietas. Algunas flores pugnaces se deshacen de la crisálida del hielo. La resurrección es cruel y hermosa como una metamorfosis. Abandonar el cuerpo sepultado, sacudir los haces de nieve sobre las cuadernas del esternón, salir a por aire y dejar que la sangre vuelva a invadir los miembros agostados para que nazcan las primeras flores amarillas. La crueldad de abril es la del nacimiento, la de la tierra que pare desde los oscuros pasajes del humus. Resucitar es levantarse, erguirse para sentir el viento en los costados, escuchar palabras quizás nunca antes pronunciadas. Abril, el mes más cruel, se levanta como el tallo primigenio que brota hacia una nueva inocencia azul. Pero lo hace con dolor.

La vida nueva se abre paso bajo la hojarasca de las decepciones. La nieve abundante de este invierno es aún un trozo de memoria, pero el agua ahora, desatada en hilos de plata, ofrece la posibilidad de abandonar los pabellones de la muerte. Nos hace creer en una redención posible, que es la redención por la belleza sin pasado. Olvidar también es una manera de volver a nacer. En las semillas está programada una resurrección que no necesita recordar los bosques ni las selvas de sus antepasados, sino que simplemente cumple con un ciclo inexorable. Sería maravilloso brotar de nuevo sin tener memoria de las ilusiones amputadas. Cada día, hay gente ahí fuera reconstruyendo su cuerpo de adobe frente a los cajeros automáticos o los portones de las iglesias, cuerpos que tantas veces estuvieron a punto de convertirse en barro. Antes de que alcancen las alcantarillas, los desahuciados de vida y fortuna esperan encontrar los miembros cercenados por tanta injusticia, esperan injertarse de nuevo un corazón. Pero nos aguarda una primavera de promesas y palabras. El aire se ha llenado de palabras que son en realidad insectos, un denso enjambre de frases conocidas que tras las elecciones suelen caer muertas sobre la hierba. Frente al silencio de los prados nuevos está el responso aún de los que vienen de enterrar demasiadas esperanzas. El canto de la muerte se confunde con el ronco rumor de las semillas que se desatan en lo profundo. Atribulados, ejército de sombras y de zombis, los muertos de los peores años esperan que llegue al fin el hálito de la vida nueva. Esperan, un tanto escépticos, la resurrección.
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